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“Usted no se me haga el lindo, no ve que ahora anda conmigo” le dice la auxiliar del bus Quinque- Pitrufquén al chofer cincuentón, que es saludado efusivamente por una pasajera, ex vecina (según se deduce del diálogo, más bien monólogo de ella).

La auxiliar es  una mujer de unos 30 años, peinada con un  moño digno de bailarina del Kirov. Despliega fuerza para subir canastos y maletas y delicadeza para ayudar a las pasajeras mayores que  trepan con dificultad los escalones del autobus. Un poco antes de llegar a Reserva, uno de los tantos paraderos del trayecto, le hace una seña al conductor indicando que pasa a dejar a su hija al colegio y luego retoma su rol cuando haga la vuelta….. Pienso en eso de la doble jornada de trabajo para las mujeres – que junto con la jornada laboral se hacen cargo de las tareas domésticas- y una vez más me pregunto sobre la pertinencia de aumentar la edad para la jubilación para el sector femenino.

Llegando a Temuco veo por la ventana una pequeña feria artesanal que alude a una celebración adelantada del Día de la Mujer. En la Plaza Caupolicán veo  kioscos donde mujeres de diversas edades exhiben y venden manufacturas de diverso tipo: mermeladas,  tejidos a telar, galletas y galletones, licores caseros- de maqui, de guinda – muñequitos de fieltro,  collares del mismo material, cremas ….pequeña muestra de la incorporación creciente de las mujeres de comunidades rurales a la actividad productiva via emprendimiento, como se usa decir ahora.

La incorporación de mujeres rurales al trabajo fuera del hogar está en proceso de cambio. Están en el campo administrando los predios familiares, manejando lecherías, dirigiendo  invernaderos donde cultivan  hortalizas, flores, viveros de árboles…

Hay una larga historia detrás del ingreso de las mujeres a la actividad productiva. Historia de avances y retrocesos. Historias que las perfilan como bailarinas en equilibrio precario, pero siempre dispuestas a seguir danzando. Equilibrándose entre los roles atávicos – madres, jefas de familias, la que espera al cazador con la comida caliente en la cueva-  y los que la modernidad manda y/o permite para ser ellas mismas cazadoras, recolectoras, con permiso para elegir con quien compartir el espacio vital.

En el ámbito laboral la organización Humanas señala que en 2012 la participación laboral femenina alcanzó a 47,7% en Chile (cifras del INE correspondiente al trimestre marzo-mayo).  Pero es uno de los países con menor presencia de mujeres en el mercado del trabajo en América Latina.

Otro dato relevante, aunque no es novedad, es que a mayor educación menor es la diferencia de participación en el mercado de productivo entre hombres y mujeres. La mala noticia es que  las mujeres perciben en promedio 32,8% menos de ingresos que los hombres.

De acuerdo a Comunidad Mujer y el BID, las mujeres tienen una mayor representación en el trabajo por cuenta propia, lo cual las desfavorece al momento de percibir protección social y las hace por tanto más vulnerables. Y en lo que atañe a trabajos domésticos su participación en el sector productivo es de un 9,6%  contra un  0,2% en el caso de los hombres.

Tipógrafas y costureras

Un dato no menor es el vínculo entre la incorporación de las mujeres al trabajo productivo y sus demandas por participación política. Desde comienzos del siglo XX tipógrafas y costureras quisieron dar visibilidad a las trabajadoras y mejorar sus condiciones laborales. Carmela Jeria, integrante de la Sociedad de Obreras N° 1 de Valparaíso, en las páginas del periódico “La Alborada” defiende a las “vejadas trabajadoras” para las que aspira “lleguen algún día el grado de adelanto del hombre”. Recogía de esta manera la demanda internacional por igualar los derechos de hombres y mujeres, que está en la base del nacimiento del Día Internacional de la  Mujer, fijado para un 8 de marzo.

Igual preocupación manifestaba Esther Valdés en  “La Palanca”, de la Asociación de Costureras fundada en 1906 .“Liberar a la mujer de los prejuicios milenarios que han impedido que ella siga el mismo ritmo del progreso que ha tenido el hombre” era su llamado.

La reivindicación no era solamente salarial: profesoras normalistas, obreras y también las señoras de la aristocracia demandaban mayor acceso a la educación, incorporación a la vida cívica, participación en la vida pública.

Las sufragistas y los movimientos de emancipación consiguieron el voto femenino. Sin embargo,  las leyes tendientes a mejorar la condición de la mujer se vincularon prioritariamente a su condición de madres de familia.

Un siglo más tarde de las primeras arengas por mejores condiciones en la vida pública se han logrado avances notorios pero se mantiene una constante: a mayor brecha social – y con ello  de educación- mayor diferencia en beneficios en materia de sueldos  y beneficios. No solo eso:  por un mismo trabajo las mujeres reciben a menudo menor salario que los hombres. El ingenio, la creatividad, la formación profesional no salvan, porque en el juego de roles no se premia especial el ejercicio de la maternidad, ni las labores domésticas.

La consigna señera de las feministas en los años 80 “Democracia en el país y en la casa” sigue teniendo una respuesta tan imperfecta como nuestro modelo político.

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