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 Comentario del libro:
La verdad imaginaria. Los mitos van al cine, de David Vera-Meiggs,
publicado por Editorial Universitaria, 2013

 Cuando leí este libro me conmovió el afán generoso de David, de entregar a otros una visión abarcadora acerca de la profesión de guionista, desde su propio ejercicio de escritura y desde su experiencia como formador de nuevas generaciones.  Vera-Meiggs nos ofrece una posibilidad de explorar y enriquecer lo que hacemos cuando elaboramos guiones.

Él nos introduce a la lectura de su libro con tres constataciones:

– la primera, que los seres humanos inevitablemente contamos cuentos, pues necesitamos compartir experiencias para lograr una sobrevivencia gregaria. En tanto seres humanos somos sociales y comunicantes. Lo que luego le hace decir: “nunca ha habido un pueblo o un individuo sin relato”.

Como dice Robin Kornman,  compilador de los relatos acerca del guerrero espiritual  tibetano, Gesar de Ling,  “Cada épica cuenta “las historias de la tribu”- las historias que la audiencia natural de esa épica necesita conocer para ser miembros de esa sociedad particular.”

En Chile tenemos la asombrosa y enaltecida épica del pueblo mapuche y, en segundo lugar, la de la independencia.

– la segunda, que los relatos tienen la función de conocernos a nosotros mismos pues los actos creativos surgen del “interior de nuestro cuerpo” hacia lo externo.

Podríamos señalar que aquí hay una dialéctica: todo lo que percibimos es una proyección de nuestra mente y al mismo tiempo, como seres humanos tenemos la posibilidad de ampliar cada vez más nuestras percepciones en esa relación con lo que nos rodea. A medida que nos liberamos de condicionamientos, somos capaces de conocer la realidad tal cual es, la de nosotros y la del entorno. A esto apunta la disciplina espiritual, la meditación y la contemplación.

–  y finalmente, que los mitos representan la universalidad en la constitución de nuestro desarrollo.  A eso me voy a referir.

La universalidad tiene que ver con lo primordial o con lo fundacional.  El mito cumple una función similar a  la espiritualidad,. Si trascendemos la apariencia de quienes somos -nuestras experiencias cargadas de creencias, miedos y expectativas-  descubrimos nuestras cualidades innatas y mediante este conocimiento podemos entender la realidad y a los otros seres humanos. Por ejemplo, podemos sentir nuestra ternura detrás del miedo, o el deseo común de ser felices. Reconocemos a los demás como iguales a nosotros mismos. Es por eso que la espiritualidad puede ser vivida y compartida por personas de distintas épocas y distintos continentes.

Cuando accedemos a lo primordial, hay un sentido de volver al hogar. En los mitos parece existir una memoria de la humanidad y al encontrarnos con ellos, tenemos la experiencia de reconocer algo que sabíamos: recordamos quiénes somos. También descubrimos aquí la posibilidad de abrirnos a los demás y establecer una comunicación verdadera. A eso aspiramos como guionistas, aunque nos engañe la presión del trabajo o nuestra complacencia.

La lectura de Las mujeres que corren con los lobos, de Clarissa Pinkola Estées, provoca una experiencia que puede ser compartida con mujeres muy diversas. Yo misma he podido conversarlo con amigas chilenas, o de Francia, Canadá, Bolivia,  y supongo que este diálogo es posible en todos los demás países. Ella reconstruye algunos cuentos tradicionales infantiles, y analiza su función socializadora. Al leerlos somos tocadas emocionalmente y cognitivamente: podemos vislumbrar los patrones que han marcado nuestro “ser mujer”. La autora, al escribir estas historias, ha comunicado a las mujeres; ha invocado esta universalidad.

Vera-Meiggs nos muestra esta insuficiencia en los guiones que han sido escritos hasta ahora, en Chile, particularmente en el cine de ficción. Debemos entenderlo como una invitación a profundizar nuestro trabajo de escritura. Es un gesto amistoso.

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