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Richard Gwyn, escritor galés, proviene de un país de no más de tres millones de habitantes, situado en el Reino Unido, pero con Parlamento Autónomo. Un país que, además, tiene cultura de inconformismo, dato esencial para entender la biografía de Gwyn. Escritor, traductor rebelde con causa en su temprana juventud, ex vagabundo, hoy es académico de la Universidad de Cardiff y – beca del Consejo de la Cultura de su país mediante -viaja como embajador cultural de Gales.

Gwyn ha escrito poesía, ensayos, novelas y relatos testimoniales. “El desayuno del vagabundo” está entre estos últimos y acaba de aparecer casi simultáneamente en Argentina y Chile (bajo el sello Lom y  Bajo la luna). En este texto, elegido “el libro del año” en Gales, habla de sus viajes, su enfermedad, los amores, la droga, el cruce de las fronteras (las geográficas y las existenciales) con lenguaje agudo, brutalmente honesto, pero sin caer en el dramatismo ni mucho menos en afanes redentoristas. A ratos pareciera que está contando la historia de otro. Pero no, todo lo que relata es absolutamente verídico aunque aparezca revestido de lirismo y teñido de humor negro, y es que ,sostiene, la literalidad no existe.

Hijo menor de una familia de clase media, estudió en un internado para chicos de clase acomodada en Dorset, Inglaterra,  en cuyas aulas fue alimentando la rebeldía. La primera fue contra el rígido sistema del colegio del cual fue expulsado: corrían los años sesenta y mayo del 68 estaba a la vuelta de la esquina: ¿a qué otra cosa, sino a la revolución,  podía aspirar un adolescente que ya para entonces había leído mucha literatura de diversa procedencia y géneros?  (“Ya en el colegio estudiaba al Che Guevara y a los teóricos de la revolución. Leía todo no solamente historia, sociología, sino también novelas. Y leyendo fui construyendo mundo… cuando veo a mis estudiantes pienso que es extraordinario como leíamos los chicos de mi generación quizá porque no había internet y la televisión era muy aburrida…” , me dice mientras tomamos un café en Providencia) .

Richard Gwyn
Richard Gwyn

Demasiado burgués para ser punk

En Londres cursó dos años de Antropología en la London School of Economics, pero también huyó considerando que resultaba pretencioso que por el solo hecho de ser antropólogo daba autoridad para analizar otras culturas; entonces optó por ser escritor  y a veces  recitó sus poemas en conciertos de bandas como Sex Pistols o The Cure. Sin embargo, escribe en su libro, “tenía demasiada conciencia de ser de clase media para ser un verdadero punk”. Así, una vez abandonada la universidad, vivió cinco años en la capital inglesa- con algunos viajes entremedio- desarrollando oficios como albañil, lechero, ayudante en una mueblería (allí perdió dos dedos de la mano izquierda), publicista, y repartidor de leche.

Después, en una suerte de autoexilio se dedicó a viajar por países más cálidos y menos opresivos que la Inglaterra de Margaret Thatcher. Fueron “nueve años de viajes sin objetivo aunque filosóficamente enriquecedores” relata.

Los años 80 estuvieron marcados  por el alcohol, las drogas, el aprendizaje de otras lenguas (griego, francés, castellano, catalán), días de apasionada lectura de clásicos como Dostowieski, Ezra Pound, Rimbaud, Proust, Nietzche. En Creta conoció las novelas de Borges y fue como una revelación (“Nunca había pensado  que era posible combinar los elementos de poesía, narrativa, ficción. Y jugar con géneros como el policial, por ejemplo su visión del mundo como un laberinto que es una metáfora que me fascina”) .Como tenía facilidad para los idiomas decidió hacerse traductor con el fin de poder leer en el idioma original. Entonces comenzó a forjarse otro de sus oficios (décadas más tarde  cursó una licenciatura en traducción del castellano al inglés), que se sumó al de jornalero agrícola, mueblista, publicista, vendedor de pescados.

Richard Gwyn
Richard Gwyn

Desayunos y errancias

Sol, vino, amores y hasta una breve estadía en cárcel, en Palermo, marcaron su ruta de vagabundo por Petra, Barcelona, Palermo, Venecia, Zante, Alekis, Hammamet, el sudeste francés. En aquellos recorridos se fue trasmutando la línea de la «normalidad» aprendida en el entorno de la infancia, por la adquirida en el día a día azaroso, durmiendo en colchones fétidos o a la intemperie, comiendo mal, bebiendo mucho, entrando en una y otra pelea, compartiendo el desayuno del vagabundo que le propuso una vez uno de sus amigos indigentes «salchichón al ajo, un litro de vino tinto y el ancho camino por delante». De todas formas, Gwyn en aquél tiempo guardaba cierta lucidez que le permitía decir “hay muchos tipos de desayuno y muchos tipos de vagabundos”.

Una neumonitis contraída en noches sin techo en Barcelona lo llevó de vuelta a Gales y a su familia al cabo de casi una década de vagancia.  Pero cuando ya había traspasado nuevamente la línea- de regreso a aquella normalidad – fue diagnosticado de hepatitis C y cirrosis. Ocurrió  en 2007: el médico tratante le advirtió si no se conseguía un nuevo hígado. Vivió la espera de un donante sufriendo insomnio y alucinaciones provocadas el veneno que producía su órgano enfermo. Y ante la posibilidad de  la muerte quiso volver al punto cero:

– Era necesario entender lo que pasó. Hay una parte del libro en que me pregunto por qué estoy escribiendo este libro y me respondo ‘porque necesitaba saber dónde empezó todo’; supongo que es algo normal en una persona que está enfrentada a una sentencia de muerte. Inicié el proceso unos cinco o seis meses antes del trasplante y entonces no podía escribir más que algunos minutos y tampoco podía leer casi,  porque estuve afectado por una especie de miopía-me explica.

Impedido, casi, de leer escuchó “En busca del tiempo perdido” de Proust. Algo en la voz del lector le producía tal quietud que dormía (“fue mi cura contra el insomnio”, bromea).

Dueño de una lucidez perturbadora y casi sin atisbo de soberbia, habla pausadamente de lo que ha visto y vivido; de su vida actual en Gales que comparte con temporadas en un pueblito cerca de las montañas de Barcelona, y sus viajes, muchos viajes, porque eso también es una forma de adicción (ojalá sin pautas fijas, pero siempre con una libretita a mano para anotar; no se imagina la vida sin estar escribiendo).

Además de “El desayuno del vagabundo” ha escrito dos novelas: Running away.The colour of a Dog y  Deep Hunging out – una ambientada en Barcelona y otra en Grecia- y varios libros de poesía. Una selección de sus poemas fue publicada el año pasado en Argentina, bajo el sello de Gog y Magog con el título de “Abrir una caja”. En uno de estos poemas-El sendero no elegido– habla de las alternancias: “Había una bifurcación en el camino. Escogí uno de los dos, suponiendo que el otro era el sendero no elegido. Al cabo de unos minutos volví a la bifurcación, elegí el otro. Se parecía mucho al primero, aunque supe que al tomarlo me estaba metiendo con el destino” (….)

¿Finalmente, cuál es el camino principal, cuál el secundario? En “El desayuno del vagabundo” anota: Una vida no es suficiente para todo; pero por otro lado, una vida puede contener demasiada información para una única historia. Antes despedirnos le pregunto por sus caminos y sus bifurcaciones. Responde:

–  El mundo académico no es realmente mi mundo. Entré a un mundo de “normalidad” como si fuera otra ficción, me cuesta mucho sentarme en una mesa con otros profesores tratando de formar profesores. Hay  una parte de mí que piensa que vive en la calle y puedo operar en los dos mundos. Pero a veces, cuando me acuesto en mi cama siento un gran alivio de no estar durmiendo a la intemperie- .

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