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La lluvia amenaza con llegar desbordada. ¿Cómo no si todo está desbordado? Todo fuera del cauce establecido por años. Adentro, afuera, ecuación perfecta aunque  no lo sepamos. Antes de los cielos limpios debe oscurecerse el cielo y Ianzá, la diosa de los vientos de los negros, agitar sus polleras para que llegue la tormenta. No hay limpieza verdadera sin que ella abra los cuatro puntos cardinales y entre el agua a raudales.

Hoy fui al centro, mil trámites pendientes. Me estacioné en el Centro Cultural La Moneda aterrada por la carestía del chip coin famoso que amenaza con esquilmarnos a cambio de un lugar ¿seguro? para nuestro cochecito. Al salir rauda a cumplir con esas latas que nos impone la adultez, escuché, a lo lejos, el sonido inequívoco de las vihuelas. Seguí el rasgueo y me encontré con un espectáculo bello. Chilenas y chilenos iban llegando a despedir a la Margot que descansaba entre flores y flores olorosas con su sonrisa de medio lado. Esa sonrisa de boca grande que le daba un aire de hembra misteriosa y pícara que sabía de noche y placeres y piel y manos deslizándose por sus piernas de seda.

Ahí en nuestro Centro Cultural, tan francés, tan Pompidou, tan a la altura de cualquier Centro Cultural europeo: por las ramplas se descolgaban músicos de todos los colores y pelambres. Venían con los panderos, los bombos, las flautas y violines. Unos con los ternos, otros con los ponchos. Entraban al ruedo del canto espontáneo pero afinado con sus instrumentos ansiosos de ser tocados en homenaje a esta Loyola chilena.  Había huasos y choros, civiles, oficinistas, cabros chicos mujeres lindas con sus cuecas choras. Los pañuelos flameaban y los danzarines zapateaban de lo lindo y varios pelados batían palmas con poquita gracia pero gran entusiasmo. Hasta algún chileno escurrido atrincó a alguna chiquilla con flor en el moño y ella se nos puso colorada mientras un grupito aplaudía, Parejas bailaban espontáneamente y sin pausa y la risa iba y venía a destajo.

Hicieron su entrada los poetas hablando de la patiperra que recorrió el país flaco preguntando, a los más humildes, por ritmos, melodías, letras y canto a lo humano y lo divino con olor a humo y volcanes. Por supuesto alabaron sus lindas piernas. Esta morenaza de pelo largo y rizado se interesó por todo lo nuestro, lo que nos hace un pueblo con cultura y misterios. Ella se empapó del humor de cazuelas, cocimientos, ají “chancao” en el mortero de piedra entre telares y tejidos.

Hasta diría que las personas este día inusual,
hoy,
en estos tiempos,
se miraban a los ojos y había una alegría en esta despedida a la chilena que nos convocaba. Emergía ese estar juntos, esos signos y símbolos que nos dan sentido de pertenencia y, por un instante, nos permite sentir, que hay un Nos-otros.

Mañana va a llover. Los truenos iluminaran el cielo para qué esta rastreadora de letras y cantos y personas  se vaya acompañada de la luz que descubrió debajo y sobre tierra chilena.

Este día es un desaparecido que hay que encontrar… y para eso, bienvenido el desborde de lluvias, de cielo oscuro y aguacero. Después saldrá un sol para todos y todas nosotras, entre las nubes despuntará un rayo por el que bajarán  y bajará todo lo que no está pero está. Hoy pudimos sentirlo, fugazmente, gracias a la Margot de tierra chilena.

Un viento fuerte ya hace temblar los tres eucaliptos de mi casa.

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