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El sol estaba más que tibio. El jardín casi vacío con uno que otro vecino o vecina entrando o saliendo. Mientras otros almorzaban, me senté a leer el diario en un banco. De pronto alguien comenzó a tocar piano y en este ambiente calientito casi paradisiaco escuché las notas de una composición de Satie. Parecía que alguien estuviera dedicándome un pequeño concierto

Mientras me dirigía hacia mi depto. pensé en el estribillo de la canción de Víctor Jara, “el derecho de vivir en paz”. Desconozco la letra, apenas si el contexto. Vietnam, la guerra, poeta Ho Chi Mihn. Las grandes manifestaciones en Estados Unidos, para protestar contra el envío de jóvenes a la muerte. Nixon. La evacuación de norteamericanos desde la embajada. Mis alarmas internas se encendieron la madrugada del sábado cuando ví un titular de última hora en las noticias de la BBC informando sobre la orden de evacuación de familiares del personal de la embajada norteamericana en Caracas, Venezuela impartida por la Casa Blanca. Pensé que era casi una declaración de guerra, aunque se sabe que en las calles de algunas de las principales ciudades del país caribeño hace rato que andan mercenarios armados con fusiles de combate…

Paz. No recuerdo momento en la vida en que no haya escuchado esa palabra tanto en un contexto doméstico como en el político. Chiquillos de moledera almuercen en paz, nos decía mi abuela paterna, que era bastante iracunda. Escondida bajo el mantel de la mesa y recostada sobre una especie de ancha medialuna que sostenía la cubierta escuché a mi padre y sus amigos hablar sobre la posibilidad de guerra entre Chile y Argentina, después de un incidente fronterizo, y tuve insomnio durante varios días. Bordamos la paloma de la paz de Picasso en las clases de Artes Plásticas en el colegio. Cantamos una canción de Eduardo Gatti Quiero paz, quiero una pausa, quizás morir de amor en tu mirada en los años 80. En la misma década entrevisté a un arzobispo, quien luego de recibir un importante premio por predicar la paz en su país en guerra fue asesinado en la Iglesia donde predicaba.

lenonyono_pazLa venida de Yoko Ono a Chile trajo a la memoria visual las fotos con John Lennon en su mediática acción por la paz en1969. Y Eddie Vedder, el de Pearl Jam, revivió en el nuevo siglo Masters of wars de Bob Dylan, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2016, mostrando que más que un tópico la guerra es un hecho que sigue creando muchísimos anticuerpos.

No hace mucho nos alegramos con la firma del Tratado de paz en Colombia. Pero noticias posteriores han venido a mostrar que desarmadas las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias que fueron creadas para oponerse a la violencia institucional) , los asesinatos de líderes sociales habían recrudecido. Por otra parte, reportajes recientes nos muestran las acciones vandálicas de los Cuerpos de Paz de la ONU en sitios asolados por la guerra. Así, la paz se nos presenta como un bien esquivo y equívoco. Como una marca institucional casi (Paz ciudadana, sin ir más lejos).

Y entonces uno hurga en lo privado y agradece gozar con los pequeños y cotidianos espacios de paz; con las acciones y relaciones que nos llevan a un estado de ánimo  que quisiéramos compartir, expandir como una onda contagiosa; porque visto está que por decreto no funciona, aunque se pueden crear condiciones para que la convivencia sea más armónica.

Pequeños y gloriosos momentos: una fresca noche de verano en el sur, en el campo y sin luz eléctrica, contemplando la danza de las luciérnagas. Las caminatas silenciosas en la montaña con un amigo/guía que ha encontrado la paz en esos parajes. Tendida en la playa mirando las estrellas después de un ajetreado día de trabajo. Paz pura, ganancia adquirida después de grandes y pequeñas “guerras”, tan al alcance de la mano si uno se despoja de las corazas, las aprehensiones, los temores, las rabias sin fundamento y trata de encauzar las otras, las que tienen razón de ser. No es cosa fácil; más bien es un permanente ejercicio de aprendizaje.

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Alguien comentó sobre “La paz nuestra de cada día

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