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Puede existir la música en medio del mundo, y así contar como un cuento la historia de la humanidad, nuestra historia, esa que sucede como una noticia, como un conjunto de noticias. Esa música que a veces parece ruido, a veces, estruendo de individualidades, aparece como destellos de realidad. Esa realidad que en ciertas ocasiones existe sin demostrarse totalmente verdadera. Y dudamos. Sí, dudamos.

La duda es un derecho. O así parece serlo. Dudar de lo que vivimos y sentimos. Porque, seamos sinceros. Nuestro “estar aquí”, no se reduce a la vida misma, porque “la vida” es un constructo, una idea, un pensamiento. Nuestro “estar aquí” es sentir. Sentir con toda su significancia. Sensualidad de respiraciones, olores, dolores y goces. Ese sentir que te hace nacer de nuevo. O el sentir de llanto, que nos hace perdernos por instantes, reventados en nosotros mismos, hacia afuera, ese afuera de alba, de noche, de amanecer, de arrebol.

Y es ese sentir que desplaza a la música misma. Se llama poesía. Con mayúscula. Poesía. Como reina y putidoncella a la vez, totalmente musa, totalmente odiada. Llena de sexo y asesinato. Porque el sexo es asesinato, el asesinato del placer en el orgasmo. Poesía hembra, poesía macho, como la muerte desvirtuada en la templanza de la trascendencia.

Es la Poesía: la necesaria. Nos puede salvar de las revelaciones religiosas con sus dogmas pesados, o de esas sociedades secretas, oscuras en sí mismas, griegas, egipcias, en sus azules de brea, y nos salva de los políticos con su poder de posesión corporal, de los economistas y estadísticos inventando el mundo que nadie ve, que nadie siente. Esta Poesía, la necesaria, nos puede salvar de la mentira más grande del Universo: la ley de gravedad. Porque nos permite flotar, volar hacia otros mundos, existir en libertad, como el Quijote, y tener la oportunidad de ser el hidalgo de la ficción esclarecida. Poesía que nos deja lamer, oler, ser fálicamente, ser vaginalmente, ser nosotros, así, como antes de la expulsión del paraíso, antes de un antes, sin Satanás, sin Salvadores.

Debemos fundar el mundo con la Poesía, y existir en el largo futuro de las palabras, la imaginación y la estética de las voces inventadas. Con hazaña. Con litografía de labios.

Robert Browning fue sentencioso: “¿Pero qué es ella? Su humanidad en sí misma. Palabras tan torpes no pueden tocarte”. Si lo dijo él, no diré más.

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