Compartir

Hacía calor en Santiago ese jueves de febrero, pero a  los sorprendidos santiaguinos que transitaban por el centro no les importaba permanecer parados unos minutos bajo el sol de mediodía para aprovechar la oportunidad de fotografiarse dentro de la Plaza de la Ciudadanía.  Cosa rara, habían sacado parte de las barreras “papales” para abrir un corredor permitiendo circular a metros de La Moneda. Los transeúnte parecían  escolares en recreo: turistas extranjeros, provincianos de visita en la capital y santiaguinos de paso por el centro cívico, como yo, circulando entre Morandé y Moneda.

Pregunté a un carabinero de turno si esta apertura sería  permanente o si se trataba de  una medida pasajera. Respondió  que habían abierto ese corredor  para los turistas (¡gracias a Dios  y al turismo!)  considerando que la Plaza de la Constitución estaba cerrada.

“¿No le parece un contrasentido que la Plaza de la Ciudadanía esté cerrada para los ciudadanos?”  le pregunté. Respondió que si fuera por ellos estaría abierta, “pero resulta que este espacio es considerado zona de primera seguridad para La Moneda y cuando las órdenes vienen de arriba…”  Otros me han dicho antes que la culpa es de los ecologistas que tiran pintura a las piletas; de los estudiantes que la usan para sus protestas; de los manifestantes en general, que no respetan la casa de gobierno.  He replicado  que el arquitecto que hizo la plaza la pensó como un espacio abierto y que deliberar es condición esencial para la ciudadanía …. Al último que interrogué me respondió: “Ahhhh es que cuando se hizo la plaza no había tantas protestas como ahora”.

Cristian Undurraga diseñó la Plaza de la Ciudadanía junto con el  Centro Cultural Palacio La Moneda, en 2006. El padre del arquitecto se encargó de refaccionar la Moneda después del bombardeo del 1973  y el hijo  ganó la propuesta convocada bajo el  gobierno de Ricardo Lagos para hacer del sitio ubicado en el frontis este espacio un gran sitio de encuentro cívico y en el subterráneo  el museo que borraría el aura siniestra del ´”bunker” construido por la dictadura. Tampoco a él le gusta que su Plaza esté cerrada.

El plan original del megaproyecto era hacer una explanada que uniera el frontis de La Moneda con el Paseo Bulnes, al otro lado de la Alameda. Y utilizar la Plaza como una continuación del Centro Cultural, bajo esta, con exposiciones y actividades artísticas.  Hubo una, en septiembre de 2012, la del artista Fernando Casasempere, quien  pobló el césped con narcisos de arcilla pintados con pigmentos extraídos de relaves de cobre: diez  mil narcisos de arcilla, que hasta fines del mes de abril permanecieron en exhibición en el Somerset House en Londres. Los espectadores tuvieron que contemplarlo a través de las rejas.

La ciudad ideal

 

“La cultura del miedo quiere decir un control máximo en el espacio público” aseveró en una entrevista reciente el urbanista y geógrafo Jordi Borja coautor, con Zaida Muxí,  de “El espacio público, ciudad y ciudadanía”. Este catalán nacido en 1941 señala que “desde los atenienses, los ciudadanos siempre se han definido como personas que viven en la ciudad, libres e iguales. En ese sentido hay un concepto de ciudadano que se ha perdido, que es este concepto de libertad e igualdad en la ciudad. La ciudad ideal es simplemente esta: donde vive junta gente diferente, con cierto nivel de libertad y de igualdad. Si falta una de las dos cosas no hay ciudadanía”.

El espacio público como lugar de arte, de convivencia, de expresión, es un deseo y una demanda  permanente. Por eso se han convertido en una buena promesa electoral aunque en la competencia con los lemas d seguridad ciudadana pierden  casi siempre.

En nuestras ciudades los espacios públicos para las manifestaciones de arte o de de simple diálogo colectivo aparecen y desaparecen. Como la explanada del Museo de Arte Contemporáneo, en Santiago, que durante un tiempo albergó a practicantes de capoeira, funanbulistas, diseñadores, juglares. Hasta que comenzaron a ser dispersados por los verdes cuidadores del orden público (a petición de parte del vecindario del Parque Forestal) .

La Plaza Sotomayor de Valparaíso ocasionalmente ha servido como anfiteatro (fue el primer escenario de los espectáculos que se hicieron para los Carnavales de Cultura organizados por el Consejo Nacional de la Cultura) y alternativamente es ocupada por grupos diversos: desde turistas a representantes de grupos que buscan firmas para su causa, pasando por manifestantes y predicadores. Una explanada amplia, descuidada, con vocación de Plaza de Salamanca, según dice una amiga, pero sin límites precisos- lo que pone en riesgo el libre tránsito de peatones- y que a veces se transforma en estacionamiento de autos. Un par de cafés al costado cumplen con responder a una necesidad básica en toda ciudad que se precie de avanzada: la de permitir la conversación.

El Parque Cultural Valparaíso (ex Cárcel) se concibió con una gran explanada abierta al disfrute de las familias porteñas. Hay césped, árboles azotados por el viento de los cerros, y todo parece propicio,  pero no he vuelto a ver allí la cantidad de gente (jóvenes de preferencia) que solía transitar por ese sitio cuando era un centro cultural autogestionado.

Patrimonio colectivo

Durante el verano las plazas de los pueblos y ciudades se transforman con fiestas y ferias que congregan a los nativos y afuerinos. Son, sin embargo, ocasiones especiales. Pasado el entusiasmo estival cada cual vuelve a lo suyo; aunque hay lugares que congregan gente todo el año, ciertos bulevares, paseos peatonales. Todavía en las ciudades más pequeñas se conservan mejor esos espacios de convivencia. La metrópolis, como dicen los expertos, “tiende a segmentar más que a integrar. Funcionalmente privatiza, lo cual obstaculiza la inserción socio-cultural. Y socialmente la exclusión de una parte de la población activa, los jóvenes especialmente, agrava la anomia”

“La ciudad fragmentada tiene tendencia a ser una ciudad físicamente despilfarradora, socialmente segregada, económicamente poco productiva, culturalmente miserable y políticamente ingobernable. Es la negación de la ciudad, que en la práctica niega el potencial de las libertades urbanas, la promesa de justicia y los valores democráticos”,  afirman Jorda y Muxi.  Conocemos la experiencia.

Pero hay un nuevo fenómeno que permite albergar esperanzas: mientras se cierran los espacios públicos reales se abren los virtuales. Las redes sociales se amplían y se abren cual anchas alamedas. Una cosa no reemplaza a la otra, pero no necesariamente deben ser opuestas. Lo hemos visto en las manifestaciones últimas en Chile: convocarse y difundir a través de las redes sociales primero copar  el espacio público después. Y luego retroalimentarse.

Volvamos a Jorda:  “La ciudad es un patrimonio colectivo en el que tramas, edificios y monumentos se combinan con recuerdos, sentimientos y momentos comunitarios. La ciudad es sobretodo, espacio público y no pareciera que los que allí vivimos, la gran mayoría de la población, pudiéramos renunciar a ella sin perder vínculos sociales y valores culturales, sin empobrecernos”. Para tomar en cuenta.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *