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En ¿Se entiende? Andrés Rojo comentaba que un estudio del “Centro de Microdatos de la Escuela de Economía de la Universidad de Chile confirmaba que el 44 por ciento de los chilenos no entiende lo que lee. Señalaba que ese problema se advertía con toda claridad en el debate político y económico y planteaba que si hay “dificultad para entender lo que se lee … ( no hay) capacidad para explicar con claridad las ideas ni para elaborar un pensamiento ordenado y lógico… No se puede dialogar sin un compromiso auténtico por comprender las ideas de quienes piensan distinto y por expresar con claridad el pensamiento propio.”

En el ámbito de la comunicación, he participado en varias iniciativas para discutir y promover el naciente Derecho a la Comunicación. Ese 44% nos plantea una realidad demoledora: cualquier conversación sobre libertad de expresión, celebración de la diversidad, pluralismo y respeto de los demás, y todo aquello que implica “el derecho a ser comunidad” tiene una piedra fundacional en las habilidades básicas de conversar y leer.

Si la gente no entiende lo que lee, es posible suponer que no entiende lo que habla, que no es capaz de conversar, de conceptualizar, de crear, de plantear un problema personal o colectivo y menos su solución, de leer la letra chica y la letra grande, de saber lo que pasa en su barrio o en el mundo, de sintonizar un canal de televisión que plantea discursos un poco más difíciles, de agregar valor a los productos a través de los relatos y las relaciones, de innovar e investigar otras culturas y mercados…

Probablemente desde la medicina, el urbanismo, la psicología, la historia, la economía o la ingeniería, también podría plantearse, de manera igualmente alarmante, cómo el analfabetismo funcional afecta a los distintos campos. Casi todas las actividades humanas se fundan en la capacidad de conversar, de entender y aprender.

Desde la literatura, en “La soledad de los escritores chilenos… y la soledad de los chilenos”, Mauricio Electorat agrega sobre ese 44%: “esta cifra resulta ya en sí aterradora, pero la gravedad del asunto es aún mayor: el estudio demuestra que la “fotografía” de 2013 es idéntica a la arrojada por la encuesta precedente, la International Literacy Survey, efectuada… en 1998. Quince años en balde. Quince años de presupuestos nacionales, es decir, de inversión pública en capital humano, tirados por la ventana. Y la mitad de la población en estado de analfabetismo funcional. La pregunta cae de cajón y ya ha sido formulada varias veces: ¿se puede aspirar a ser un país desarrollado con una población analfabeta? ”

Después de décadas de fracaso es posible dudar si esta catástrofe humana es una falla del modelo o si se trata de una condición y/o resultado de su funcionamiento. Esa gran masa de individuos semi analfabetos, perdidos y solitarios, ciudadanos de segunda clase y consumidores a crédito, garantiza el statu quo político, económico, mediático y cultural. Por ahora.

Con una ciudadanía capaz de conversar y cuestionar, de evaluar y comparar, de leer y comprender, de apreciar la cultura y lo humano, de entender sus derechos personales y colectivos, no se podrían sostener los actuales patrones de consumo y apatía cívica,  ni el abuso de todo tipo justificado a través de elaboradas marañas discursivas. Ciertamente con más educación las prioridades y demandas locales y nacionales serían otras.

Respondiendo desde otra perspectiva la pregunta retórica de Mauricio Electorat, las élites del poder económico y político chileno no quieren ni otro, ni más desarrollo; quieren que las cosas sigan exactamente como están.

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