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La comunicación resuena simultáneamente en las disciplinas humanas y las ciencias, en la cultura y la biología, en la persona y la comunidad. Las perspectivas monofocales, que enfatizan la disección y la separación, son insuficientes para observar y describir las dinámicas comunicacionales.

En la reflexión y práctica de la comunicología de la Escuela de Santiago hemos propuesto algunas trilogías que fortalecen la capacidad del observador de identificar y seleccionar los elementos más relevantes para constituir y participar en una situación comunicacional. Una de estas trilogías, “Distinguir, nombrar, validar”, se refiere principalmente a la “configuración de la realidad”.

En el post Distinguir o como el lenguaje constituye realidad describo el distinguir de una manera amplia. Precisando aquel texto, podríamos decir que una distinción corresponde a una configuración identificable de nuestro organismo que surge de una experiencia con el ambiente “externo” o/y de autopercepción de un estado “interno”. Esta configuración  puede enfatizar un gesto, como alguno entre las decenas de movimientos utilizados para tallar la madera; un percepto, como sentir una brisa y una temperatura que junto con ver ciertos colores en los árboles y una nubosidad en el cielo indican el otoño; un afecto, como sentir una determinada sensación física que nos dice que estamos felices; y a menudo, los tres entremezclados. Observado así, el distinguir enfatiza la dimensión biológica y personal de la comunicación.

Es curioso que esas distinciones “corporales”, habitualmente surjan desde el ámbito cultural. Las personas crean las configuraciones con que constituyen su mundo desde las conversaciones con su comunidad, guiadas por los nombres que esta ha generado a través de su experiencia.

El nombrar guía o fija nuestra atención permitiéndonos identificar configuraciones,  distinciones para vivir el mundo. Es conocido el ejemplo de los esquimales que distinguen más de 30 tipos de nieve o hielo,… mientras que los habitantes de Santiago distinguen tres o cuatro: granizo, nieve, escarcha, agua-nieve, probablemente más que suficientes para vivir en Santiago. Pero para alguien que vive en el Ártico, distinguir finamente diferentes texturas de nieve, densidades de nevazón, espesores y solidez del hielo, puede ser la diferencia entre vivir o morir.

El mundo que una comunidad ha construido a través de la experiencia colectiva se traspasa a través del nombrar, de las palabras, de los relatos. El nombrar refiere a la dimensión cultural y comunitaria de la comunicación, desde ahí moviliza el distinguir, más biológico y personal. Un santiaguino que llegara a vivir al Ártico, guiado por la comunidad inuit a través de las palabras que constituyen su mundo, podría incorporar o crear rápidamente todas las distinciones necesarias para vivir en ese nuevo territorio. Las palabras iluminan y fijan configuraciones que definen una manera de estar y ser en un mundo colectivo o personal.

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2 Comentarios sobre “Las palabras, entre la voz y el cuerpo

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