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Nadie es perfecto y sería injusto pedir perfección si uno mismo no la tiene, pero cuando se trata de gente que hace de su vida la tarea de dirigir los destinos de los demás es importante entender que, sin llegar a la perfección, sí es posible y legítimo exigir que se tenga un comportamiento intelectual, ético y emocional por lo menos superior al promedio.

En el caso de la política, esta demanda es aún más valedera porque su función es comprender lo que desea la ciudadanía y actuar en consecuencia, ya sea haciendo lo posible para satisfacer sus inquietudes o encauzándolas de una manera constructiva cuando no hay espacio para responder a esas expectativas.

Eso supone que el político conozca a la gente y, por supuesto, que se conozca a sí mismo.   En los últimos años hemos visto, sin embargo, muchos actos de soberbia, muchos políticos asegurando que saben lo que quiere la gente sólo para justificar sus propias posiciones, y el problema es que las personas se dan cuenta de que están siendo utilizadas como una simple excusa para perseguir planes distintos a los que ellas tienen.

Pareciera que la introspección y la reflexión no fueran consideradas necesarias.   Se trata de ocupar el titular del periódico y estar en el resumen noticioso de la tele y de la radio.

Es más fácil presentarse como salvador de un pueblo que no le ha pedido a nadie que lo salve, a entender que el político es un servidor público, un funcionario contratado a plazo fijo para que cumpla con determinadas tareas.   El poder es del pueblo, no de quien es elegido como su representante.

Si el trabajo del político es diseñar políticas públicas y administrar un país, lo mínimo que se le puede pedir es que comprenda al país y para eso no basta con leer las encuestas, que dependen mucho de quién las hace y de su diseño.   Hay que conversar con la gente, pero no con una cámara de televisión captando la “humanidad” del político.   Hay que andar en micro, hay que caminar por la calle como un ciudadano más y no como un ser superior que, generosamente, ha destinado parte de su tiempo a resolver los problemas de la plebe.

El círculo del poder es cerrado y elevado en las alturas.   No comparten con personas normales que tienen problemas para llegar a fin de mes, que tienen hijos con problemas y el terror de llegar a viejo en este país en el que la jubilación equivale a una muerte en vida.   En definitiva, hay que tener los pies en la tierra y darse cuenta que ni la fama ni el poder son permanentes y eso es básico para hacer política en serio.

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2 Comentarios sobre “Darse Cuenta

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