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Lo que distingue a las naciones que progresan de las que permanecen estancadas, consiste básicamente en la capacidad de las primeras para reflexionar sobre su situación actual y las metas que desean lograr.

Eso significa tener la determinación para llegar a un acuerdo en el diagnóstico del estado inicial y en la definición de una nueva posición más evolucionada, pero tal consenso es imposible cuando, como ocurre en Chile, los actores políticos actúan preferentemente motivados por el rechazo a las posiciones del adversario, más enfrascados en las disputas por el poder que en la planificación del desarrollo nacional.

Nuestro talento parece residir más en áreas como la normalización (o al menos la justificación) de la violencia y del odio o el sacrificio de la verdad que en los aspectos útiles que requiere una sociedad.  Todos parecen tener conectado su cerebro con la contingencia cotidiana y nadie piensa en el futuro, salvo algunos círculos académicos que no tienen el poder para poner en práctica sus conclusiones.

Todos conocemos las debilidades y fortalezas de nuestro país, pero al momento de aplicar las recetas para resolver las primeras y aprovechar las segundas comienza la disputa ideológica.   Eso se resuelve en los países más adelantados con una discusión seria y profunda respecto del país que se desea y luego se encarga a los técnicos la determinación de la manera de llegar al objetivo, pero nosotros hemos entregado la discusión política a los técnicos y los políticos casi actúan como personajes de un programa de televisión que les exige entretener a un público irreflexivo, sin entregar contenidos útiles y reales.

Las sociedades necesitan visionarios, estadistas, capaces de ver el futuro, pero también un ambiente adecuado para que sus propuestas sean aceptadas y recogidas por la ciudadanía que es la que, finalmente, toma las decisiones.   Mientras ello no ocurre, sólo queda seguir en el mismo peldaño de evolución social en el que nos encontramos, con capitales extranjeros explotando nuestros recursos naturales, sin una industria local fuerte, sin identidad ni voluntad para salir de nuestro ensimismamiento, y electores que votan por sonrisas y programas imposibles de cumplir.

La discusión en torno a la posibilidad de llegar a una nueva Constitución es un buen ejemplo.  Se trata que el adversario no cuente con una Constitución que le satisfaga y los argumentos que se usan son básicos, pero pocos plantean cuáles son los requisitos a los que debe responder una Constitución, partiendo del hecho que debe ser consensuada para que no se la vuelva a cambiar la próxima vez que se alteren las mayorías políticas.

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