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Tus pies valerosos se internan

hacia el fondo en el subsuelo.

Viajan incansables

por desvíos enigmáticos,

uniéndose a la fuerza

de potentes energías  subterráneas,

que generosas  te impregnan

de inteligencia,

humedad y entereza.

Tu talle comprometido,

en desplazamiento perfecto se eleva

buscando el calor del Sol,

que en caricia paternal

baja por tu columna

y se une, en el centro de tu corazón,

a la corriente mágica

que sube desde la tierra.

En este preciso punto de unión

es donde se despliega,

el inconmensurable  amor

por el cual te ofrendas

dando vida al aire,

a  libros, cuadernos, mesas,

casas, barcos, comidas,

bebidas y lápices de madera.

Pero no sólo el existir humano

se beneficia de tu generosa entrega,

porque también eres  refugio cálido

para muchos de nuestros diferentes hermanos,

que igualmente habitan el planeta;

algunos muy laboriosos,

otros más bien perezosos;

de semblante taciturno,

alados y no alados,

a veces inofensivos y,

otras veces,

no tanto;

envueltos en trajes oscuros,

otros, llenos de color

o en ti mimetizados.

Cantantes, obreros, acróbatas,

vigilantes o agazapados.

Bellos seres  que resguardan

el equilibrio terráqueo.

Por si esto fuera poco,

también eres lúdica compañía

ofreciendo siempre altruista,

tu más poderoso brazo

para sostener  un columpio

o una casita de encanto,

en que juegan nuestros niños,

albergados por tu protectora sombra,

durante los días soleados.

Eres mágico y simple;

nuestro mejor aliado.

Aferrado a la tierra,

padre y madre a nuestro lado.

Muerto ya, eres fuego y lumbre,

materia prima y tinglado.

Absoluto amigo y sabio,

compañero en el destino

fiel cómplice callado

de secretos momentos vividos,

bajo tu incondicional amparo,

porque hasta  Cupido se sienta

sobre tus ramas, a ratos,

y entonces eres romántico soporte

para dejar el recuerdo

de un gran amor

en ti, grabado.

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