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Fuimos desafiados por Mauricio Tolosa, el fundador y corazón de este proyecto llamado Sitio Cero, a conversar sobre esta última década. He decido asumir el desafío y reflexionar desde mi personal perspectiva y sin más referente que mis propias vivencias sobre estos diez últimos años, que han sido vertiginosos y brutalmente cambiantes.
Será una reflexión libre a partir de mis experiencias en esta ciudad de Santiago, y cómo los cambios en las relaciones personales y las formas de relacionarnos se han extrapolado violentamente en la vida política del país.
Uno de esos recuerdos que me vienen a la memoria es cuando en el Mundial de Fútbol de 2014, el 18 de junio, Chile derrotó a España (campeón del mundo en ese momento), pasando a segunda ronda. Lo que debía ser alegría por un triunfo deportivo bastante notable derivó en unos incidentes violentos y fuera de todo contexto en el centro de Santiago. Para culminar la “celebración”, un grupo de individuos trató de quemar las palmeras que se ubican en la Alameda casi al llegar a Plaza Italia. Me pareció un despropósito tal, que recuerdo haber dicho a un grupo de amigos con los que celebrábamos esa noche en un bar de Providencia algo así como “Si pasamos a la otra ronda, queman el Hospital El Salvador”.
Es que lo que ha marcado la última década es una violencia soterrada y profunda, que ha ido marcando a fuego. Silenciosamente se fue apropiando del espacio público. Otros ya lo habían advertido. Rodrigo Fluxá en su libro “Solos en la noche: Zamudio y sus asesinos”, describe un clima de violencia entre los jóvenes, deshumanizante, brutal, radical, que se expresa en muchas formas, cada cual más dañina que la otra. Al final, la triste conclusión, es que todos esos jóvenes que provocaron la muerte de Daniel Zamudio era el retrato de un sistema fracasado, que no era capaz de darle horizontes a los nuevos habitantes de la ciudad.
Y finalmente, la violencia explotó, se mostró a rostro descubierto. Irracional, destructiva, pretenciosa. Todo lo cambio, pero no necesariamente para bien. Se podrá desarrollar un amplio argumentario para explicar las razones del estallido social de octubre de 2019, pero lo que queda claro es que muchos validaron y justificaron la violencia. Las razones del estallido y la justificación de la violencia permanecen ahí, acechando.
De esa violencia silenciosa que como magma va carcomiendo las bases de nuestras relaciones sociales, se pasa a la irrupción de unas redes sociales que exponen lo peor de las personas. Cuando surgieron las primeras de ellas, como Facebook y Youtube, se expandieron los perfiles donde mucha gente se reencontró y establecieron redes efectivas, pero luego, especialmente con Twitter, Instagram y ahora Tik Tok, se ha expresado una agresividad, maledicencia y despropósito radical, llevando a las personas a mostrar lo peor de sus personalidades. Abundan el ataque desproporcionado, las falsedades, la ausencia de buena fe, la denostación, la crueldad, el odio, la cancelación.

La M
Esa impersonalización de las relaciones sociales que trajo la virtualidad se agravó con la pandemia. El encierro, las dificultades para reunirse en grupos, las restricciones a la movilidad, provocaron un daño gravísimo a las conductas gregarias, fomento la misantropía y destruyó las redes de contacto y debilitó los niveles de socializabilización, especialmente de niños y adolescentes.
El estallido social y la pandemia destruyeron barrios enteros de la ciudad. Santiago parece una ciudad bombardeada si se recorre algunas de sus avenidas, calles y plazas. Se ha impuesto una estética del brutalismo y de la fealdad, del rayado obsceno y vulgar, del mobiliario destruido y descuidado.
Recién este año se están realizando obras que recuperen los espacios públicos y urbanos más significativos y, aun así, el escenario es desolador.
Hoy, a las cinco de la tarde ya casi no quedan restaurantes, bares y cafés abiertos en el centro de Santiago. Sectores comerciales y gastronómicos se han deteriorado significativamente, como Lastarria, Bellavista, Bellas Artes, Alameda, Matta Sur, Franklin, etc. Otros, se mantienen con enormes dificultades, como el Barrio Italia y el Persa Biobío.
Pero esos barrios empobrecidos y devastados son el retrato de una ciudad en la que ahora habitan ciudadanos polarizados y enfrentados. Lo que más ha avanzado en estos 10 años, es el enfrentamiento, la divergencia y la polarización, con la subsiguiente degradación del diálogo y la civilidad. No hay matices, solo blanco y negro.


La polarización nos ha llevado a vernos como enemigos, poseedores ambos extremos de una verdad absoluta, donde la divergencia es cancelada y defenestrada, donde se habla de traiciones por emitir una opinión y se descalifica al que piensa distinto. Se ha instalado una moral de absolutos, que son definidos desde una subjetividad de trinchera, donde no se admite el cuestionamiento ni el pensamiento crítico.
Esta década ha sido testigo de un deterioro persistente y creciente de las relaciones humanas y de la calidad de vida en la ciudad. Es curioso, porque la ciudad ha sido también testigo de mejoras sustantivas en sus sistemas de transporte, infraestructura urbana y de expresiones culturales sólidamente asentadas. Estamos en medio de una crisis y no estamos seguros cómo saldremos de la misma.
El vértigo de este tiempo nos ha hecho perder la perspectiva. Quizás lo que venga sea mejor, pero no tenemos esa certeza, solo una tibia esperanza.

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