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Corría el verano del año 1983, en mi condición de estudiante de Sociología en busca de material para una posible tesis de grado decidí ir a Aysén. Sabia de esta región por los diarios de trabajo de Augusto Grosse. Un alemán que trabajo en el ministerio de obras publicas por más de 30 años recorriendo Aysén de a pie, con un grupo de chilotes mensurando la región.

En ese entonces Aysén era la gran aventura chilena y aun hoy lo sigue siendo. Era un territorio desconocido y literalmente era otro mundo dentro del mismo Chile. Llegar no era tan fácil en ese entonces y tuvimos que conseguir a base de mucha insistencia en Puerto Montt una motonave que nos llevara a Puerto Chacabuco. Solo fue posible con la buena voluntad del capitán de la barcaza Río Cisnes, que nos vio tan empecinados por embarcar, que nos dio espacio con la condición que fuéramos en el puente en la parte alta de la nave y durmiéramos con las estrellas.

El recorrido duro tres días de navegación por canales y fiordos de una belleza que me sedujo totalmente y empezaron a cambiar mi vida para siempre.

Compartimos el viaje con 200 vacunos que iban en bodega hacia Melinka y a pesar del olor a orín y feces de vaca, no nos importo en lo más mínimo y fue el toque de distinción de un viaje supremo.

Al llegar a Puerto Chacabuco contamos con la suerte que el mismo capitán nos consiguió un medio de transporte hacia Coyhaique, en un camión muy peculiar de marca Internacional, de esos con volante de madera de un metro de diámetro y que se encendían con una manivela por adelante que iba atestado de carga a Coyhaique. Demoramos 19 horas en llegar y fue una aventura de principio a fin, por el trayecto en si mismo que era de una calidad escénica magnifica y la oportunidad de poder compartir con el camionero de nombre Renato, escuchar sus historias y compartir lo poco y nada que traíamos.

Para llegar a Puerto Ibáñez a orillas del Lago general Carrera a tomar la barcaza el Pilchero, que nos conduciría al último puerto del sur del lago General Carrera, Puerto Guadal, tuvimos que hacer en ese entonces a pie los 110 kilómetros entre Coyhaique y puerto Ibáñez. En ese entonces no había línea de buses que hicieran regularmente el recorrido. No paso ni un vehiculo que nos alzara y demoramos tres días en hacer el recorrido de a pie. Solo pocas horas antes de la salida de la barcaza empezó la procesión de vehículos particulares que iban a Puerto Ibáñez. Ninguno nos alzo.

Llegamos con lo justo a la salida de la barcaza y logramos embarcar.

Navegamos doce horas por un lago rebelde, malicioso y chúcaro, que más que un lago es un verdadero mar de olas de hasta seis metros de diámetro, que impactaban la proa de la barcaza con la seria intención de romperla y naufragarnos. Eran olas muy tupidas y cortas, con grandes crestas blancas de espuma que se arremolinaban y nos hacían pensar en la inmortalidad del cangrejo. El escenario de vivir un lago bravío, con vientos huracanados de hasta treinta nudos en aguas color turquesa que con el sol irradiaban una fortaleza impresionante, marcaron mi vida para siempre y nunca fui el mismo ante la impresión de tanta belleza.

Al llegar a Puerto Guadal el último puerto del lago General Carrera y a su vez el primero de entrada al sur de Aysén, la llegada de la barcaza era el acontecimiento social de la semana. Cuando recalaba estaba todo el pueblo para recibirla. Puerto Guadal en ese entonces era de importancia vital en el trafico de pasajeros y de carga, desde y hacia el interior de ese Aysén profundo y rural de descendientes de los colonos, en transito hacia los pueblos de Puerto Bertrand a orillas del Baker, Cochrane, Villa O’Higgins y Caleta Tortel.

Algunos de esos guadalinos esperaban parientes, amigos, carga. Otros simplemente solo iban al muelle por saber quien iba y quien venia. Era una fiesta increíble bajar de la barcaza con el muelle lleno de gente, que a pesar de que no te conocían te saludaban y te daban la bienvenida amistosamente, a pesar que en ese entonces ver un santiaguino era algo por decir lo menos anecdótico y muy singular, para mi un muchacho veinteañero en ese entonces, en momentos oscuros de la historia de Chile, vivir esa realidad tan diferente era un bálsamo para el alma, que hacia que se olvidaran las penas de la vida, con esta gente que te recibía de esa manera.

Luego recorriendo las casas de los pobladores en mi labor de encuestador para conocer su realidad, tuve la posibilidad de conocer sus historias de vida, sus realidades y lo que habían tenido que sufrir y esforzarse para salir adelante en este escenario maravilloso pero duro y despiadado, de inviernos largos y veranos cortos y sobrevivir en el intento y tener la oportunidad de entender el esfuerzo de las generaciones anteriores de colonos y de pioneros y la dura lucha en contra el medio y la falta total de conectividad.

Por primera vez al conocer Aysén y su gente comencé a entender el concepto de hacer patria y lo que significaba el concepto en su real valía, apreciando en su justa medida el esfuerzo y la significancia que representó lo hecho por los pioneros a comienzos del siglo pasado. Hacer patria en el fondo era salir adelante solo contando con uno mismo, pero sin querer queriendo preservando el territorio y desarrollando el país.

Tuve la oportunidad de escuchar historias increíbles de mujeres pioneras, que fuera de todo contexto conocido por mí hasta ese entonces, habían tenido sus hijos sin la ayuda de nadie y luego como si nada habian servido la cena a la familia. De mujeres remando en un bote de madera de ciprés de dudosa estructura por el lago más peligroso de Chile, el General Carrera, por ir a comprar víveres o a buscar un remedio para su marido al pueblo más cercano. Historias de esfuerzo y sacrificio por las cosas básicas, de un empuje que sorprende, de cómo fueron capaces de conseguir tal obra, salir adelante y no perder la forma ni la alegría y las ganas de vivir, sin ningún resentimiento y agradecidos por la oportunidad.

Hombres que habían comenzado haciendo campo con un hacha vieja y las puras ganas de salir adelante, donde el fuego era su única alternativa viable para poder sobrevivir y hacer campo para pastorear los animales que vendrían. Viviendo en un puesto viejo de varas de coigüe, con unas cuantas pilchas, aguantando los crudos inviernos esperanzados en el futuro.

Como estos hombres y mujeres, recorrían días y días de a caballo para conseguir un quintal de harina o un poco de tabaco, lo que representaba un lujo en esos años, si se tenía la suerte de encontrarlo. A veces se cabalgaba por días y se volvía sin nada. Que lo único que muchos pobladores pudieron comer por años era solamente carne y nada más. Como el león (Puma) entraba en primavera y les mataba 50 ovejas solo para enseñarles a los cachorros el arte de la caza y no les quedaba otra que salir a cazarlos en invierno, para que no ocurriese en primavera en la época de la parición y no perder el año.

Escuché relatos de sacrificio y de gran esfuerzo humano que de verdad me impactaron, en este territorio hostil que te conmueve por sus paisajes cambiantes, sus estaciones marcadas y te dan la oportunidad de vivir una aventura de vida inolvidable y apasionante, en donde los primeros se sacrificaron sin nada por un todo, donde nunca tan pocos hicieron tanto por tantos, para permitirnos estar hoy en donde estamos en Aysén.

Ese Aysén de hacer patria me conmovió profundamente con sus relatos y sus historias de vida por gente sencilla y honesta, de un sacrificio inigualable que con su ejemplo cambió por completo mi manera de ver la vida y los parámetros con los cuales entendía que la vida debía ser vivida. Cambiando mí fundamento y se transformó en el gran amor de mi vida.  Reconocí en ellos lo que quería ser y me sentí parte del orgullo y el esfuerzo personal que les significó a estos valerosos hombres y mujeres salir adelante y proyectar el legado y su herencia cultural del Aysén pionero.

Hoy esos parámetros de hacer patria han cambiado totalmente, ante la nueva realidad del país, que lamentablemente la economía y los vericuetos del mercado no tuvieron la capacidad integradora y ese mundo rural de a caballo y lo que lo sustentaba históricamente casi no existe hoy.

Hacer patria en Aysén es luchar porque mantengamos un desarrollo consecuente y armónico con el medio ambiente. Que posibilite a las comunidades sobre todo a las rurales el acceso a un desarrollo sustentable y armónico, con una justicia ambiental y social que los haga factibles y sustentables en el tiempo presente y futuro, donde las nuevas generaciones tengan la capacidad de desarrollarse y cumplir con el legado ancestral heredado de las generaciones anteriores, para mantenerse en el territorio y preservarlo.

Hacer patria en Aysén es luchar por impedir la llegada de las transnacionales como HidroAysen y Energía Austral, que solo nos ven como un objeto de lucro y una moneda de cambio, al cual hay que estrujar para sacarnos nuestra esencia y alma, en la búsqueda de una ganancia sin respeto por lo que somos y representamos y poder así destruirnos para conseguir objetivos, sin importar nuestros anhelos y sueños de la proyección histórica por la cual abogamos como cultura y forma de hacer.

Hacer patria en Aysén es tener la capacidad para generar conductas y decisiones ciudadanas, empresariales y políticas, que se basen en la ética y la moral, buscando la consecuencia, la coherencia y la solidaridad humana que necesitamos. Defendiendo los valores y la preservación del patrimonio ambiental y natural de Aysén, postulando un desarrollo sustentable para todos y no solo para algunos, conservando la historia y defendiéndonos del arrollador “progreso”. Eso es hacer hoy patria en Aysén.

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