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Roxana Valdés (39) y Claudio Muñoz (43) formaban una pareja casi ideal. Se habían conocido en su condición de inspectores de la Escuela Agrícola San Gregorio, ubicada en la localidad de Peor es Nada, al sur de Chimbarongo. Como tantas mujeres, Roxana creyó descubrir a su “peor es nada” en la madurez de su juventud, cuando se supone que la mente es clara y las expectativas realistas. Al igual que un tango, ella se sintió elegida para domesticar a este esquivo picaflor, quien ya era padre de  varios niños. Plena de energías, ella inició junto a su amor un negocio de reparto de frutas y vegetales. En tres años, les fue lo suficientemente bien como para arrendar un local y tener un hijo. Hasta ahí, parece la historia de una pareja capaz de salir adelante en un adverso medio rural. Sin embargo, el cuento de hadas tenía una falla: la violencia doméstica.  En el 2012, Roxana presentó una denuncia a Carabineros, pero no tardó en retirarla. ¿El motivo? La reconciliación. El perdón toma la forma de una embriagante Luna de miel para quienes protagonizan una relación enferma. Las víctimas se autoengañan, pensando  que su situación “no es para tanto”. Se dicen que una “verdadera” agresión se traduce en duros golpes y hospitalizaciones. Roxana, como muchas otras mujeres, creía que los insultos, garabatos y descalificaciones no entraban en esa ruda categoría. “Todos los maridos andan a veces con los monos” se justificaba. Roxana no quería admitir que los peores golpes los estaba recibiendo en su autoestima y en sus deseos de vivir. Como muchas otras, debió pensar que con su embarazo Claudio se transformaría en el hombre cariñoso y trabajador que ella anhelaba.

Depresión y rabia

En vez de sentir alegría y apoyo, Roxana cayó en una depresión post parto, de la cual ni su marido ni sus familiares quisieron tomar nota. Como siempre, el gran mito social sugiere que ninguna nueva mama puede sentirse “realmente” abrumada, menos  en una pequeña comunidad como Molina, donde la maternidad suele considerarse la mayor felicidad femenina. ¿Cómo pudo ser posible que la madre de un bebé de ocho meses estallara emocionalmente y le disparara un balazo a su pareja? Según las explicaciones, el hombre le había robado cinco millones que ella guardaba en una cajita. Ese dinero era parte de los 15 millones que había recibido por la venta de su casa. Hasta este punto de quiebre, la víctima y su agresor habían logrado mantenerse en el circulo vicioso de una relación en la que ninguno parecía tener la voluntad de escapar. Los vecinos indicaban que ambos peleaban, pero que “no era para tanto”. Los familiares del esposo decían que ella era celosa. La falsa normalidad no solo se rompió con aquel disparo directo al corazón, sino que con el tratamiento posterior del cuerpo de quien fuera el gran amor de Roxana. En la prensa, diversos psiquiatras trataron de explicar las razones internas que llevaron a esta madre a poner los restos de su esposo en una olla y hervirlos durante horas. Irónicamente, se calificó el acto como una metáfora de tantas horas pasadas en la cocina, revolviendo la sopa de la rabia y picando cebollas con lágrimas de miedo y frustración. Roxana trabajaba, sabía lo que era ser libre, pero no podía romper con aquel cariño malo.

La violencia no siempre es visible
La violencia no siempre es visible

La ceguera del amor

Cifras entregadas por el Servicio Nacional de la Mujer indican que el 30,7% de las mujeres chilenas ha sufrido violencia psicológica. Un 15,7% ha padecido golpes físicos y un 6,3%, abuso sexual. Lo más grave, es que  casi el 50% de las denuncias que llegan a Carabineros, no siguen adelante. Al igual que Roxana, la mitad de las agredidas se niega a creer que la persona con la que han elegido compartir sus vidas, con la que han vivido momentos felices y de pasión, se haya transformado en un energúmeno. Muchas se culpan a sí mismas, otras acusan al consumo de alcohol o drogas. Todas guardan la secreta esperanza de que las cosas regresen a la complicidad inicial. Esta esperanza, a veces se transforma en una cárcel voluntaria que impide la toma de decisiones sanas y razonables. La sobrevaloración de la relación amorosa, el deseo de casarse y formar una familia, puede poner una venda en los ojos a quienes entran en el ciclo de la violencia domestica. Tristemente, a veces los familiares y amigos también optan por la ceguera. Aunque los casos de femicidio son mayoritarios en los países Latinoamericanos, situaciones como las de Roxana no son excepcionales. La constante tensión puede tornar a la víctima en agresora, pues ve la eliminación de su verdugo como la única forma de liberación. Según el Observatorio de Igualdad y Género de América Latina y el Caribe (Cepal), Chile ocupa el cuarto lugar de femicidios, superado solo por Republica Dominicana, Colombia y Perú.

Detrás del sensacionalismo

Si bien el caso de Roxana ha estimulado el sensacionalismo, detrás de aquel crimen se vislumbra una larga historia de sufrimiento. Cocinar en una olla al sapo en el que se convirtió el príncipe azul, demuestra los riesgos emocionales a los que todos y todas estamos expuestos. ¿Quién no se ha sentido atraído por un chico o una chica mala? ¿No forma parte de la socialización femenina el darse por entero a los demás? ¿No es acaso un “gran logro” sanar al marido borracho, rehabilitar al pololo drogadicto y redimir al padre jugador? Muchas telenovelas alientan el mito de que amor todo lo renueva, todo lo convierte. Por otro lado, la atención psicológica en Chile sigue en pañales para quienes no pueden pagar. A pesar de esta falta de atención, seguimos en nuestra sociedad mofándonos de horrendos crímenes como el de Roxana. Nos escudamos en que se trata de una locura, pero no queremos ver que el caldo de cultivo de esa ira, de esa impotencia, hoy la viven miles de mujeres. Quizás, son nuestras vecinas, primas o colegas de trabajo. Están allí, cocinando apuradas para el marido, preguntándose cómo pedir ayuda….y fantaseando con meter en la olla a ese demonio que tanto amaron.

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