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Y así enterramos, también, esos años, ese modo de estar parados en la tierra, ese presuroso ir tras el todo nada, ese tiempo de puños, cascos, revoluciones que conllevaban sangre y triunfo y derrota. En esa lógica, nos vencieron, nos arrebataron el corazón, las alas, y ese discurso que abrazaba a los más pobres y humildes. En esa lógica de amigos y enemigos, el enemigo, nos venció.

Sin embargo, en la  emoción y la genuina esperanza de construir el reino en la tierra de todas las mujeres y hombres que aún lo afirman. Ahí no nos vencieron. Ahí no vencieron al amor que puja por volver a ser parido como nuevo hijo o hija que traiga la resurrección de la alegría y del abrazo pendiente, ese abrazo que nos convierta, por fin, en uno.  Que mi voz no vuelva a alzarse en contra de nada y nadie, sino a favor de la vida, que mi alma no vuelva a decretar enemigos, que mi cuerpo y mi creatividad no deje de afirmar que el amor es posible. Sigo en pie,  quiero seguir en pie, luchando por los todos y todas que viven allá afuera pero que viven, también, aquí adentro. La única victoria es la del encuentro.

Algunas noches, como hoy, llovió y el cielo brilla, anaranjado tras las nubes, vuelven a aparecer las luciérnagas como memoria viva de la existencia de los sueños, de  lo hermoso.

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