Compartir

La imagen social de nuestro mundo presenta en esta segunda década de siglo, un panorama difícil de imaginar a finales del siglo XX, cuando las noticias se ocupaban de las dificultades tecnológicas de la programación para el cambio de hora en los ordenadores. Lo que se esperaba era un progreso económico que trajera consigo el progreso social, pero el progreso no avanza inexorable como el tiempo, con o sin ordenadores.

El siglo pasado terminaba dejando en marcha la interconexión mundial que avanzaba a pasos agigantados a través de las nuevas aplicaciones de Internet, tal vez en el mayor avance tecnológico que ha visto la humanidad. Las nuevas tecnologías de información y comunicación cerraban el ciclo de globalización, un progreso que trajo consigo, como efecto colateral, la mayor crisis económica y social vista después de los años treinta, y causada por la venta y distribución mundial una serie de atractivos títulos hipotecarios que a la postre resultaron tóxicos y que afectaron a todas las economías en la medida de su desarrollo globalizado. Los efectos de esta crisis se siguen sintiendo aún en esta segunda década del siglo XXI.

Así, aunque sería absurdo e injusto culpar de la crisis a los avances tecnológicos, nuestra nueva época, tan pomposamente llamada “sociedad del conocimiento”, con esta etiqueta sólo distrae el injustificable malestar humano con los avances tecnológicos que apenas permiten a las grandes mayorías globales, su expresión indignada ante el poder y la gestión económica.

“Qué vamos a hacer con tantos y tantos predicadores”, cantaba Violeta Parra, y sigue siendo lamentable que en este siglo del conocimiento prevalezcan aún los presagios de aurúspices y chamanes, dentro de los cuales debemos incluir a los expertos que por oficio pronostican los resultados económicos, basados sólo en su imaginación y creencias, porque fueron incapaces de prever esta crisis mundial, la cual se hubiera podido haber evitado con sólo haber analizado las consecuencias que acarrearía el proceso de actividades nocivas que estaba realizando la banca internacional, en un prolongado período de actividades realizadas sin ningún ocultamiento, evidentes para quienes las debían haber observado y tenido en cuenta para sus pronósticos económicos, en vez de basarlos en sus fantasías.

Ya no hay expertos ni profetas que puedan predecirnos siquiera el más inmediato futuro en estas sociedades donde todo está monetizado. El bienestar social no equivale al bienestar económico, como piensan alegremente tantos economistas, pero el bienestar social sí requiere de la economía, de la misma que está causando los mayores problemas sociales. El dinero invade todos los campos, ya se está mercadeando hasta con el agua, el aire, el cielo, la naturaleza. Todo ello lo estamos vendiendo a cambio del dinero que se recibe por la explotación de las minas, por la madera de los bosques, por la carne y las cosechas  que se producen destruyendo las selvas para convertirlas en pastizales y cultivos a grande escala.

Latinoamérica apenas empieza a despertar del adormecimiento de las patrias bobas, que la mantenían sumida en luchas de caudillos por el poder, en el desprecio por la igualdad de derechos, en el gobierno otorgado o tomado por tribunos populistas, dotados sólo de capacidades oratorias. Ha estado ignorante de la investigación y el desarrollo; ha optado por mal entendidos nacionalismos para rechazar la inversión extranjera; ha seguido aferrada al proteccionismo para descuidar el comercio internacional; ha desatendido el mercado natural con sus países vecinos; ha vivido en represalias sangrientas por temores alternativos a los fantasmas del capitalismo y del comunismo.

Hoy Latinoamérica aprovecha las ventajas del juego de libre mercado, gracias a la competencia introducida por la nueva demanda de otros países en desarrollo que también requieren sus materias primas y productos agrícolas, los cuales antes tenía que vender al precio fijado por los grandes monopolios internacionales.  Apenas ahora empieza a despertar a las mejoras sociales, pero todavía muy limitadas por la prioridad del egoísmo, por la limitación de los ingresos y por la lentitud de las burocracias, todo lo cual mantiene a sus mayorías sumidas en la pobreza y la carencia de educación.

Para que los avances tecnológicos y científicos de esta era del conocimiento conduzcan al progreso social, es necesario que reconsideremos prioridades y prácticas sociales; que orientemos nuestros sistemas educativos, universitarios y nuestras investigaciones hacia estrategias económicas, destrezas técnicas, innovaciones, contenidos, diseños, eficiencia económica, nuevos materiales, logística y nuevas formas de comercialización.

Debemos fomentar el uso y la difusión social de las tecnologías de información y comunicación; fomentar la producción audiovisual que valorice nuestras riquezas culturales. Debemos seleccionar los sectores de producción con futuro pero que no comprometan el medio ambiente. Debemos priorizar lo inmaterial en la investigación y el desarrollo como fuente de innovación en las industrias culturales y de contenidos, en la configuración de un entorno científico y técnico, donde prime el capital humano de las capacidades de personas competentes y bien formadas.

Tampoco podemos desatender las materias primas, pero buscando nuevas inversiones de capital internacional para poder hacer factible una producción rentable con valores agregados para estas mismas materias primas que hasta ahora hemos tenido que vender a otros para que las transformen y después comprarles los productos transformados.

Estos son los programas propicios para nuestra sociedad del conocimiento y a los que debemos apoyar en nuestros países, donde ya la honestidad, la transparencia, el respeto  por la democracia y los derechos humanos, sean los valores que sustituyan a las caducas ideologías políticas.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *