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Torrencial obra de arte. Impactante y significativa en su conceptuación. Encontrarnos con “El Calvario” (1882) de Félicien Rops, es un desafío estético magnífico. Este pintor belga fue prohibido en Francia y en gran parte de Europa; quizás demasiado expresivo, exiliado completamente del impresionismo de moda o de los estertores del realismo. Rops se desprendió de la capacidad egocéntrica de la burguesía imperante en aquellos años hacia la segunda mitad del siglo XIX, para involucrarse en una producción creativa vinculante a lo onírico y simbólico.

Pero más que onírico, las obras de Rops son todas manifestaciones críticas del mundo del siglo XIX. El autor, mirando cómo la revolución industrial generaba el cambio total de la cultura, constatando que la sociedad se tornaba luminosa, rápida, interconectada, múltiple y crecientemente más diversa, en verdad, había en esta sociedad, una oscuridad muy grande. Una serie de obras de Rops, son simbólicas en torno a la Crucifixión. La cruz como símbolo aglutinador de la Fe Cristiana, para el autor, ya no era el fin de un acto divino, sino la perversión de la consciencia sacrificante por la exculpación del pecado humano. En antagonía, la sociedad ensalzaba el pecado. El pecado era la palanca de la manifestación moderna del hombre.

En “El Calvario”, observamos a un Cristo en la cruz, con un pene erecto que apunta hacia los cielos: insultante. Es Cristo manifestador seminal que busca engendrar el cielo, siempre manifestación de Dios, ahora violentado sexualmente con el obelisco carnal. El crucificado, en verdad, no está sufriente, sino que mira provocador hacia la mujer y el infierno. Porque entre el infierno y este chivo expiatorio, está una mujer desnuda, en toda su sexualidad que entregada completamente a los vestigios divinos, permite que Cristo se transforme en Fauno y la estrangule con su propio pelo femenino. De fondo una miríada de rojos, con largas velas prendidas, todas ceremoniales. Es la ceremonia del sacrificio, como toda iniciación esotérica donde lo femenino y lo masculino, lo seco y lo mojado, lo erecto y lo receptor, son factores de creación.

En Rops, la creación es sinónimo de destrucción. El artista, nos revierte el sentido del ritual. El chivo expiatorio es un principio estructurante de la violencia social, donde a partir de él y hacia él, se vuelca el caos, depositando en la figura del chivo expiatorio las culpas de la comunidad, para desde ahí, hacer renacer el orden. Pues en Rops, no hay ni orden ni caos. Sino que en “El Calvario” es la representación simbólica de la misma violencia social que se contiene por sí misma, convirtiendo a Cristo en provocador y la mujer, en receptora de la misma violencia.

Esta es la crítica que realiza Félicien Rops. Pornografía estética transformada en un ensayo-imagen que apunta hacia una modernidad fracasada. Realiza un retrato de una Europa decadente, insertada en un mundo donde la suntuosidad, la hipocresía y una política rendida a los intereses individuales, solo hicieron pensar que la cruz y el crucificado fue una mala broma satánica.

Artista que nos invita a provocar nuestros ropajes tradicionales realizando una inquisición de nuestra propia cultura, para renovarla a partir de su decadentismo evidente y soslayador de la humanidad perdida. Podemos ver en “El Calvario” de Félicien Rops solo el pene de Cristo como una herejía, cuando evidentemente, es la violación carnal provocadas por nuestros calvarios transmutados como actos suicidas.

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