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Queridos Reyes Magos (ya sean de Oriente o de Occidente):

Como ustedes llevan más de 2.000 años cumpliendo fielmente con sus obligaciones como proveedores de ilusión y materializadores de sueños, me atrevo a realizar una petición colectiva de parte de los profesionales de la comunicación, muchos de los cuales se integran en la Asociación de Directivos de Comunicación (Dircom).

Me consta, además, su sensibilidad hacia una actividad profesional que ustedes mismos llevan practicando con gran eficacia durante más de veinte siglos, primero de la mano del cristianismo y ahora también con el entusiasta patrocinio de la sociedad de consumo. ¿Qué es su viaje desde Oriente -desde donde, por cierto, casi todo llega en los últimos tiempos- sino una excelente campaña teaser, guiada por uno de los pocos logotipos (la estrella de la Navidad) que aún hoy pueden competir con la manzana de Apple o el aro de Mercedes? ¿Acaso no son un ejemplo de eficacia comunicativa, porque sin articular jamás una sola palabra logran movilizar los sentimientos y los bolsillos de su target? Y, por si fuera poco, su marca es indeleble, el paso del tiempo no hace mella en ella, ni siquiera el laicismo imperante, y consigue incluso convertir en believers año tras año a quienes no creen en que ustedes mismos hayan existido jamás.

No me extraña la perdurabilidad de su éxito: un mensaje sencillo y fuertemente anclado en convicciones, contado de una forma entretenida y perfectamente personalizado para cada destinatario. La suya es, sin duda, una historia de éxito, un best seller que se renueva cada año.
Les confieso que mis peticiones no son sencillas porque tienen más de intangible que de materialidad. Como creo que me he portado bien a lo largo del año, me atrevo a formulárselas a través la presente carta-post:

1. En vez de oro, me gustaría que trajesen algo de empleo al sector de la comunicación. No son pocos los compañeros que lo están pasando mal como consecuencia de la crisis, o los graduados que no encuentran oportunidades para practicar el oficio que han estudiado y así seguir aprendiéndolo, o nuestros hermanos, los periodistas, a los que el cambio de ciclo económico y tecnológico les ha cogido con el pie cambiado y, por ello, no acaban de encontrar el camino hacia el futuro.

2. En vez de incienso, que nos conduce a menudo en forma de halago a la autocomplacencia y al autoengaño, tráigannos un poquito de comprensión. Que los grandes jefes entiendan el alcance de la función y nos dejen participar en la redacción de la partitura que interpreta la orquesta. Que levanten la vista de la imagen de sus zapatos y se den cuenta de que su principal misión es compartir una visión, y ahí estamos nosotros para ayudarles. Comprensión que no sólo debe traducirse en reconocimiento del valor estratégico de la comunicación, sino también en la dotación de los recursos humanos y económicos suficientes para desarrollar la función en toda su extensión táctica.

3. Y, en vez de mirra, esa gomorresina que actúa como perfume, estimulante y antiséptico, transmítannos una cuota de su magia o enséñennos a generar encantamientos capaces de conciliar la realidad con su percepción. Para que así podamos ejercer nuestra responsabilidad social más allá de nuestras organizaciones y seamos capaces de devolver confianza a una sociedad desconcertada que, si no encuentra pronto el camino de vuelta al progreso justo, dejará de tener fe en sí misma.

Queridos Reyes Magos, les agradezco que lean esta carta y en la medida de sus posibilidades, que no son pocas a tenor de su curriculum, atiendan con generosidad mis peticiones. Porque no pido para mí, sino para los que, como yo, adoran a una profesión que tiene la capacidad de crear ilusión incluso entre quienes no creen en la magia.

Con todos mis respetos y admiración hacia su preciosa tarea,

un humilde comunicador.

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