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El domingo fui al cine con una amiga a ver la película Gloria, una cinta chilena que ella escogió porque pensó que se trataba de una comedia, pero que me dejó un muy mal sabor enfrentarme, descarnadamente, con la profunda soledad de una mujer que divaga sin destino, metiéndose en líos inconducentes en su búsqueda de compañía.

Ese mismo día recibí un mensaje de correo electrónico que hablaba de lo que necesitamos para mantener viva nuestra mente hasta edades avanzadas.   El mensaje comentaba los consejos que Tony Buzan ofrece en su manual  Tu Cerebro Más Joven, basado en el  estudio del curioso fenómeno de una comunidad de monjas en Mankato, Minnesota, EU, que ha sido objeto de interés científico ya que sus integrantes se mantienen lúcidas hasta pasados los noventa, activas y productivas, impartiendo incluso clases hasta avanzadísimas edades,  al punto que una de ellas, Marcella Zachman, fue portada de la revista LIFE porque ejerció la docencia hasta los 97 años.

El correo comenta que hay estudios que indican que las monjas  se conservan saludables mentalmente gracias a que siempre están activas ocupándose de sus tareas cotidianas,  pero que además constantemente practican juegos de mesa que mantienen vivo su ingenio, leen y aprenden cosas nuevas; se habla también de la generación de dendritas y del tiempo que el cerebro tarda en  generar un conocimiento hasta dominarlo al punto de ser capaz de efectuar una acción automática, como conducir un automóvil por ejemplo, y que eso se puede lograr a cualquier edad con dedicación y esfuerzo.  Además menciona la importancia de alimentarse sanamente, de comer frutas, verduras, y de tomar té verde para eliminar los radicales libres; también aconseja el  ejercicio como un gran revitalizador del sistema nervioso, ya que aumenta la irrigación y la oxigenación de sus tejidos, recomendando una buena caminata diaria y el uso de zapatos deportivos adecuados para garantizar su efecto positivo.

La masiva misiva  recomienda muchas cosas necesarias para garantizar la longevidad de nuestro cerebro, algunas basadas en estudios científicos y otras aparentemente  en la sabiduría popular, sin embargo no menciona un hecho esencial: la vida comunitaria de las monjas.  No menciona el hecho fundamental de que las monjas se tienen la una a la otra, alguien con  quien compartir lo que hacen,  alumnas a quienes darles clases, amigas para jugar al dominó o a las damas y con quienes platicar,  manteniendo así vivo el idioma, colegas con quienes intercambiar opiniones, disfrutar una rica comida y recibir un halago que seguramente les levantará la autoestima y otorgará significado a sus quehaceres cotidianos.

El ser humano  es un mamífero que necesita caricias y miradas de aprobación, es ante todo gregario y requiere de otros para mantener libre de moho su principal herramienta que es el lenguaje; cuando es joven necesita de la experiencia de sus mayores, y al envejecer es dichoso en la medida que puede  dejar un legado de sabiduría que de sentido a su paso por el mundo y a la vez presagie una satisfactoria partida;  se pone contento al verse reflejado en otros ojos, ojos que son presencia que testifica, acompaña y nutre; su principal fuente de vitalidad y salud es eso que llaman amor, porque sólo eso garantiza que no morirá, que seguirá vivo en la memoria de alguien más, ese que sabe que no le abandonará y que aún cuando se haya ido tiene la esperanza de encontrar en algún lugar del universo donde se fundirán en un último y amoroso destello.

Psicólogos, científicos y magos de la nueva era, para mantenernos contentos, activos, inteligentes y vivos necesitamos del ojo de otro, del tuyo,  del mío, del nuestro,  es ese que con sólo mirarnos nos entrega generoso un te quiero. Y de eso quizá las monjas de Mankato sean el mejor ejemplo, y Gloria el peor, una mujer enferma de una soledad que podríamos diagnosticar, casi sin lugar a dudas, de enfermedad, y para colmo de males probablemente terminal.

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