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El consumismo

Sobre el consumismo se viene hablando hace tiempo. Y lo puedo percibir en mi entorno. Como vivo en el centro, mientras camino hacia alguno de mis almacenes de barrio que aún quedan por aquí, puedo ver, como si estuvieran al otro lado de una frontera, gente ensimismada caminando con urgencia, con el ceño fruncido y cargando gigantescas bolsas de casas comerciales. Y me he preguntado ¿Se trata de un fenómeno extraordinario? ¿Solo sucede en fechas especiales? Bueno, además de Navidad, ya tenemos el día del niño, del padre, de la madre, de los enamorados, de la secretaria, los cumpleaños, aniversarios, etc. Solo recordemos el espectáculo decadente de estas réplicas provincianas del Ciber Monday y similares o, sin ir más lejos, el domingo de elecciones donde hubo personas que prefirieron comprar antes que ir a votar. De hecho, para algunos autores, el acto de comprar sería una nueva manera de ejercer ciudadanía. Sin embargo, más allá del fenómeno del consumismo, hay una perturbación en el “comprar”, en los “negocios” y en las “empresas” que me gustaría desarrollar en este texto para reflexionar y conversar con ustedes.

A mí me encanta hacer regalos pero “salir a comprar” me parece de un tedio insufrible. Los únicos negocios que me agradan son las librerías (incluyo las de viejo), algunos restaurantes, un par de cines, mi “video club” de la esquina (donde encuentro cine europeo que no llega a los multicines) y bueno, la verdulería, la panadería y el almacén de abarrotes de mi barrio ¿Por qué entonces no me gusta salir de compras? Hay algo más que tedio. Hay algo en los mall, hipermercados y en cierto tipo de negocios; es más, hay algo en la forma de hacer negocios de algunos que me repele naturalmente. No les deseo mal a los negocios, de hecho no estoy en contra del negocio, pero no me gusta para nada la interpretación antojadiza que algunos han hecho de “hacer negocios” y de quienes se llaman a sí mismos “hombres de negocios” (no he escuchado el concepto “mujeres de negocios”). Esa lectura acomodaticia me irrita y me aleja de ese mundo. Hago clases en una escuela de negocios y mis alumnos me cuentan como algunos docentes han modificado el significado del “Utilitarismo” de Bentham o de Mill. Así tal cual, en vez de enseñarle la idea de que lo correcto está en aquella acción que provoque felicidad o disminuya el sufrimiento a la mayor cantidad de personas, la modifican por la idea mezquina de buscar el mayor beneficio económico para la mayoría, y que digamos de paso, tampoco se cumple, porque esos pocos que piensan así, son los mismos pocos que acumulan la riqueza del mundo (según cifras del Banco Mundial si en esta aldea global fuéramos 100 personas, solo 6 tendrían la mitad de la riqueza).

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Negocio, nutrición, significado, creación

Sin embargo, por su parte, hay una nueva tendencia en la economía, las empresas B (o B corp por benefit corporation en inglés), que propone volver al sentido esencial del negocio, basándose en la raíz ontológica de la palabra “negocio” que es muy distinta a como se entiende en esta sociedad que hemos construido: Negocio, en sueco antiguo, significa “nutrición para la vida” y en chino antiguo, “significado para la vida”.

Mi idea de negocio va por ese camino. Ni siquiera en la negación del ocio (neg–ocio) como lo planteara Aristóteles, dándole una significación menor a aquellas actividades que sacan al individuo del ocio creativo, sino en la mirada de Séneca quien propuso un necesario complemento entre ambos momentos de la vida de un ser humano, vale decir, el negocio como aquel acto complementario -y quizás consecuente- al acto creativo incubado durante el momento de ocio. Se nota cuando un negocio está en esta línea esencial ¿o no?

El negocio trucho

No es necesario ahondar en los tristes episodios que hemos tenido que enfrentar en Chile estos últimos años: el oligopolio y manejo de precios de las empresas productoras de pollo; la colusión de las farmacias; los cobros indebidos y unilaterales de empresas del retail y de un banco, y ahora último el caso cascadas. Todos ellos con un denominador común: generar riqueza a costa de los más pobres y no importándole en lo absoluto “el otro”, porque el egoísmo y la avaricia son superiores. Cuando vemos el actuar de estos ejecutivos y empresarios en Chile ¿Podríamos reconocer en sus negocios la intención de nutrir la vida o buscar su significado?

Estos casos, por nombrar algunos ejemplos caseros y no tener que enumerar otros casos internacionales como el de la crisis sub-prime, son –como dijera Bernardo Kliksberg- escándalos éticos que no nos debieran dejar impávidos como personas. Puesto que en esos casos, lo que ha movido a esos altos ejecutivos han sido decisiones éticas incoherentes con las virtudes que debieran regir los negocios; decisiones éticas exentas de un deber moral universal hacia los otros; decisiones éticas irresponsables con las consecuencias negativas que traerán aparejadas a la mayor parte de la gente. Lamentablemente, en algunos casos, estas decisiones éticas no estaban reñidas con la ley y fue así que pudimos escuchar la ignominia de uno de los gerentes de estos retail (y candidato a senador no electo) justificando su accionar abusivo bajo el fundamento de que “la ley lo permitía”. Para él y para todos ellos nuevamente Séneca: “El honor prohíbe la acción que la ley tolera”. El honor y la decencia en el actuar en la vida, agrega el suscrito.

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Y así podríamos continuar poniendo en tela de juicio otros negocios que más que “nutrir a la vida” pretenden nutrir sus propios bolsillos con irresponsabilidad social y ambiental ¿Les parece legítimo que una empresa extractiva proponga de antemano planes de mitigación sobre los daños que sabe que causará a la comunidad y al medioambiente? ¿Les parece ético enfrentar a un dirigente comunitario al dilema de aceptar una donación millonaria a cambio de callar su conciencia ante la contaminación de su entorno? Algunos ejecutivos comentan que la responsabilidad social (bien entendida, por ejemplo según definición de Responsabilidad social (RS) de la norma ISO 26000) encarece los proyectos de nuevos negocios y los hace inviables, porque entienden que para muchos empresarios hacer RS no les trae mayor utilidad, salvo que le reditúe en imagen, reputación u otro tipo de ganancia cuantificable desde el punto de vista financiero. Yo les contra pregunto ¿Es factible un negocio que genera daños a una comunidad? ¿Se puede incluir en una ecuación la cantidad de daño aceptable a causa de un proyecto en relación con sus eventuales beneficios? En mis clases no me es fácil demostrar que esos negocios derechamente no son factibles, menos cuando otros docentes enseñan lo contrario o cuando la propia facultad de los futuros ejecutivos de negocios estudian en salas y bibliotecas donadas por empresarios que operan de este modo y que han amasado así sus fortunas, las mayores fortunas nacionales.

Hay bienes que deben ser sociales

Pero me gustaría ir aún más allá. Y pongo un ejemplo a propósito de este tipo de empresarios ¿Quién es el dueño del agua en los valles del norte? En la mayoría de los casos son las mineras que la utilizan para su proceso productivo, lo que trae como consecuencia una escasez de agua incompatible con la agricultura de esos mismos valles y, peor aún, para el consumo humano. La defensa de los abogados se basa en que las cabeceras de cuenca están en propiedad de sus clientes, es decir, en las grandes mineras que –además- proveen buena parte del sueldo de Chile ¿Qué se jodan entonces en el valle? Es decir ¿El agua es para quien paga por ella? Me parece que hay bienes que deben ser sociales, es decir, que el dinero no debiera comprar o que el mercado y sus negocios no debieran transar.

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Convengamos en algunos: la salud, la educación (aunque el presidente saliente dijo que era un bien de consumo), los fármacos, la alimentación. Pero en la práctica, de los dos primeros ni hablar, a la luz de nuestra experiencia en Chile, hoy por hoy son quizás las más sentidas demandas sociales contra el lucro de empresas que venden estos bienes sociales. Y en los dos restantes, los medicamentos se supone que son un bien social pero sin embargo su comercialización constituye en la actualidad uno de los negocios más lucrativos del mundo. Y sobre la seguridad alimentaria, si bien es un desafío global, que implica asegurar su inocuidad y su acceso, los altos costos de transporte redunda en la imposibilidad de algunos de acceder a los alimentos por su alto precio, o sea una persona que gana menos de 1,25 dólares al día se muere de hambre porque no puede comprar sus alimentos, aunque en países desarrollados se boten a la basura toneladas de comida sobrante.

Los límites morales del mercado

Hace algún tiempo se puso de moda el libro “Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado” de Michael Sandel donde cuestiona una serie de situaciones de este tipo: pagar por ubicaciones de preferencia en una ceremonia religiosa, pagar por consultas médicas inmediatas (las que el sistema público deja en lista de espera) o pagar de plano por saltarse alguna cola. En Chile podríamos agregar los altos precios que debemos pagar por los libros (paradójicamente Sandel vendió en algo así como US$27 dólares su libro sobre lo que el dinero no debería comprar) ¿Pagar por saltarse la cola? ¿No pasa en Chile? Aún no me deja de llamar la atención como los pasajeros premium de la línea área nacional pueden abordar “cuando lo estimen conveniente” mientras que los que pagamos menos debemos hacer una fila y aceptar cuando alguno de estos premium se le ocurre pasar antes que nosotros. No solo me parece anacrónico sino de burda injusticia social la separación de clases en los vuelos. Y digo burda porque es una minucia al lado de la injusticia social que se produce con la educación, la salud, la vivienda, la cultura. Si no pagas, es decir, si no puedes comprar un bien, te quedas sin él, aunque en ello se juegue la vida y el desarrollo de seres humanos como cada uno de nosotros. Y ahí nos quedamos, anestesiados, aceptando esta condición como si fuera algo natural.

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Consideración hacia la otra persona

Pero no solo se trata de pagar, a veces la injusticia social está dada solo por la segmentación socioeconómica. Unos amigos unos días atrás comentaban lo precarias que son las estaciones de metro de zonas más populares: están en altura, modificando el entorno y haciéndolo más inseguro y feo; y están abiertas, expuestas al sol, al frío y a la lluvia. Y bueno, el pasaje cuesta lo mismo para todos, a quienes US$1,5 de costo es una bagatela en su presupuesto y a quienes representa el 20% de su ingreso mensual. En este sentido, no se cumple el principio moral de la igualdad de los seres humanos acuñado por Singer que dice que más allá de las diferencias que puedan existir entre dos personas, ninguna de ellas debiera gozar de una mayor -o sufrir de una menor- consideración hacia la otra. Este principio no considera que todos los humanos seamos iguales sino que todos debemos ser tratados de igual manera. En consecuencia, según este principio, todos los intereses de las personas debieran tener igual consideración, sean ellos hombres o mujeres, indígenas o blancos, ricos o pobres, usemos línea 1 del metro u otra.

“Si lo puede pagar…”

Y aquí hay un segundo punto. Todo esto tiene que ver también con el dinero y con asumir la creencia de que pagar es siempre un acto legítimo en sí mismo. Escuché en la radio a una periodista que contaba como gran novedad que Madonna había cubierto toda su dentadura con diamantes y piedras preciosas. Se reían, lo encontraban extravagante pero no se escandalizaban en lo absoluto. No recuerdo la cifra millonaria que había costado la gracia, pero la periodista concluyó en tono de sabiduría: “bueno, si lo puede pagar…” Lo mismo sucedió con ese jugador galés de apellido Bale, una de las estrellas del fútbol que llegó esta temporada al Real Madrid, cuyo pase era una cifra exorbitante, probablemente cercano a la suma de los sueldos mínimos de la totalidad de los desempleados de España. Pero los opinólogos comentan con satisfacción que el fútbol es un negocio, como si eso bastara para acometer este tipo de transacciones en las narices de hambrientos y pobres en el mundo que son un poco menos de la mitad de la población mundial (3 mil millones de personas). No solo hablo de indignarse. Sino de tomar conciencia individual y global, y de distinguir el acto ético que representa comprar. Asumir que el precio no tiene que ver necesariamente con el valor de las cosas. Y que hay cosas que debiéramos negarnos a comprar (y a vender), porque no tienen precio pero sí mucho valor para las personas que habitan (y sufren) en algún lugar del mundo.

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No olvidemos que el dinero se creó como una herramienta para facilitar el justo intercambio de bienes ¿Podemos utilizarlo para comprar lo que queramos? ¿Comprar como una forma de satisfacer una necesidad o como una manera de poseer y acumular? ¿Debiéramos aspirar a percibir más y más dinero para comprar y satisfacer el interminable deseo? Si la remuneración es un elemento común altamente ponderado a la hora de analizar un negocio o un trabajo. Si algunos de mis alumnos me aseguran que trabajarían bajo cualquier condición de explotación, total es para ahorrar para el futuro. Si muchos de mis conocidos aceptan horarios y condiciones laborales que no desean, que no quieren, que los hacen infelices, porque ese sueldo que reciben está acorde con sus expectativas y, lo que es más importante para ellos, es lo que merecen. Me niego a aceptar el sueldo como identidad y valoración personal. Y me niego también a asumir la acumulación de dinero con el argumento falaz de la seguridad del futuro. Bueno quizás por lo mismo una amiga celestina me dijo que me presentaría una amiga pero que no comentara estas cosas o si no quedaría “fuera del mercado”.

Los negocios son intrínsecamente sociales

En síntesis, aboguemos porque las empresas asuman su rol de actores éticos y se hagan (también) responsables del desarrollo sustentable del mundo. Especialmente cuando tienen y generan los recursos para hacerlo y cuando su peso específico en la economía es el siguiente: de las 100 mayores economías mundiales, 51 son empresas. Solo existen 21 países cuyo PIB supera las ventas de las 6 mayores compañías multinacionales. Y las 100 empresas multinacionales más grandes controlan cerca del 20% del total de los activos globales. Los negocios son intrínsecamente sociales por lo que es inaceptable el comportamiento abusivo de muchos de ellos para con sus clientes, sus trabajadores, sus proveedores y la sociedad en su conjunto. Asumamos todos nuestra responsabilidad en el acto de comprar bienes porque esa es la esencia de un negocio y en este momento tenemos negocios que están lejos de asumir su rol social como co- constructor de una sociedad más justa y equitativa. El empresario Stephan Schmidheiny señaló que “no puede haber éxito [en una empresa] en una sociedad fracasada”. Exijamos entonces a las empresas este rol social como agentes éticos en los negocios, de modo que oferten necesidades a un justo precio, acorde con su valor, y así podamos comprar, podamos éticamente decidir comprar, libremente y conscientes de este acto y sus consecuencias.

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2 Comentarios sobre “Empresas como actores éticos, los negocios como actos éticos

  1. Tanto es así, Juan Pablo, que los intérpretes del sistema, es decir, los economistas, casi nos han convencido de que la sostenibilidad del mismo depende del mantenimiento del consumo, es decir, de que sigamos comprando, a menudo más de lo que necesitamos.

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