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Todos nos acordamos de esa frase de stand up comedy, en que un ciudadano inquieto, incómodo y molesto, criticaba y exigía a la autoridad de turno que hiciera algo por aquello que él creía necesario hacer. Desde la comodidad de su metro cuadrado. Sin cruzar el límite de lo individual, pero sí teniendo amplia claridad de lo que sería bueno para todos. Un poco histérico, un poco frágil, un poco molesto. Pero ante todo, muy poco útil.

¿Será que efectivamente la autoridad está llamada a hacer algo?, ¿algo distinto a lo que ha generado nuestra incomodidad como ciudadanos?

Ayer y por casualidad, escuché al Presidente Piñera decir que la discusión sobre la gratuidad y el lucro estaba zanjada, de la cual no había que volver a hablar, no era necesario. “la gratuidad llegó para quedarse” fueron sus palabras. Interesante, ya que efectivamente por lo que duró el gobierno de Bachelet, la discusión estuvo centrada precisamente en la gratuidad y en sacar el lucro de nuestras escuelas. Un gobierno que corrió el límite de lo posible, como le escuché decir a un comentarista político liberal.

Me imagino si pudiéramos poner a nuestros colegios, apoderados, alumnos a conversar sobre lo que nos gustaría hacer en educación, el resultado podría ser distinto. ¿Se imaginan?, ¿qué deberían aprender nuestros hijos en el colegio? ¿en qué gastar los recursos que brinda el Estado para la educación de nuestros hijos?, en el área de la salud, ¿qué tipo de médicos o de horas médicas tener al servicio de la comunidad?, ¿cuáles son las urgencias?, ¿los consultorios debieran tener la posibilidad de tomar horas por teléfono?, ¿deberíamos tener un horario después del trabajo para quienes no pueden atenderse en el horario diurno?¿Y si el cuidado de los dientes de grandes y chicos pasa a ser tan importante como la diabetes o la hipertensión? ¿por qué las decisiones sobre cómo aprovechar mejor los recursos de todos los chilenos no las tomamos quienes usamos esos recursos, quienes conocemos más lo que podría ser más útil? Acaso, si las 200 uf que nos da el Estado para vivienda, nos la diera en chinchín no haríamos nuestras propias casas sin tener que contratar obligatoriamente a empresas que han estafado a la gente con casas de mala calidad?, o que producto de tener que obligatoriamente pagarle a una empresa, el costo de nuestras viviendas es demasiado alto y en definitiva lo que más se hace es solventar la especulación inmobiliaria?

Y claro. Muchos de quienes leyeron hasta aquí ya están diciendo: la gente no tiene la capacidad de decidir, ya que para eso hay gente instruida y que estudió y que blablabla. Y el gran tema de fondo es la necesidad que tenemos todos de participar. De influir, de sumar esfuerzos. La realidad social no tiene por qué ser siempre lineal, ordenadita y eterna. De hecho, la representación popular de muchas de nuestras autoridades no nos deben la lealtad a los que votamos por ellos, sino a quienes les financian las campañas o al partido que les da el cupo para candidatearse, y detrás sigue estando el mismo poder económico y político que dio el golpe de Estado, que defiende la constitución y que eterniza que los mismos empresarios sigan haciendo de las suyas.

El tema no es saber entre todos que la clase política está amañada. Lo está. Ya lo sabemos. El tema está en qué hacer para adelante.

Volver a conectarse con el valor multiplicador del 1+1. Porque de uno en uno no nos ha ido bien en lo social. Muchos de nosotros lo sentimos. Tener más plata ni más cosas no nos satisface tanto, cuando sabemos que los abuelitos que jubilan tienen que trabajar en el metro vendiendo chicles ya que su pensión los obliga a seguir trabajando para vivir, o cuando sabemos que alguien tuvo que atenderse en una clínica y pagar millones que no tiene por miedo a no ser atendido en el hospital. O aquellos que pagan sumas grandes de sus sueldos en isapres por el miedo a no ser atendidos como quisieran cuando lo necesiten, y sin embargo cuando dejen de ganar dinero, tendrán que confiar en el sistema público al que muchos no le dieron sus recursos cuando fueron jóvenes, pero es el único que los va a recibir y los va a atender. O, aquellos que de nuestros sueldos, destinamos enormes cantidad de dinero en educación que no necesariamente vale lo que cobran, de hecho me inclino por pensar, en que todo lo que pagamos está inflado. Todo tiene un costo y cobro extra y así ¿quién es feliz?, ¿quién confía en que el contrato social que tenemos firmado es justo y adecuado?.

El Estado está obligado por la Constitución del 80 a solventarle el negocio a las empresas. No importando si estas cumplen o no la ley o si estas son o no éticas y responsables. Nuestra Constitución dictatorial, por la que nadie votó y la que no se llevó a cabo como se debió hacer, con registros electorales, con observadores internacionales, con libertad de prensa y con la seguridad en que ese resultado no fuera manipulado es la que aún nos  rige, y yo me pregunto qué esperamos para exigir un plebiscito en las calles, para preguntarnos si queremos seguir viviendo bajo ese contrato social.

¿Esperaremos o seguiremos esperando a que alguien haga algo para cambiarlo?

Las mujeres han salido a la calle para pedir respeto y consideración. La mujer no es el adorno que dios puso en la tierra para el deleite masculino. Tampoco quienes debemos hacernos cargo de la procreación de la especie cuando no queremos hacerlo, sobre todo si nos siguen violando, maltratando, pagando menos, denostando en nuestros trabajos, despidiéndonos cuando nos embarazamos, mirándonos feo cuando tenemos que cuidar a nuestros hijos, haciéndonos creer que no valemos lo mismo y que debemos agradecer sus opiniones sobre nuestros cuerpos.

Claramente algo está pasando, y en parte es la certeza que que el voto no ayuda a aliviar la sensación de abuso constante.  No me imagino que nadie esté pensando solo por quién votar o qué o quién podría hacer esto o lo otro. ¿Será cierto que no hay mal que dure cien años ni tonto que lo aguante?

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