Compartir

Hace siete días que estoy sin reloj.  He vivido con mis propios cálculos sin saber qué hora es durante una semana.  He levantado mi cuerpo de la cama, lo he alimentado y mimado, con profunda conciencia del momento; lo he dejado vivir, sin la presión de contar, medir y parcelar el tiempo.  Durante estos días, las noches me han encontrado con leve cansancio o con mucho cansancio, según haya sido el ajetreo de mis horas vividas a la luz del sol y entonces, sencillamente, me he acostado, sin pensar si era ya, hora o no de hacerlo.  Lecturas interesantes han atrapado mi interés, en compañía, solamente,  de una lámpara, la cual ha sido reemplazada, varias veces, por la tenue luz del incipiente amanecer, que manifestando delicadamente su llegada indica que: “quizás, sería bueno, pensar en dormir”.   He salido tarde, creo que muy tarde, a esperar miradas gatunas fascinantes que siempre visitan los árboles de mi patio y cuando aparecen las contemplo pacientemente hasta cuando la frescura del aire,  muy decidida,  dirige  mis pies de regreso al cobijo del techo y del calor que mi estufa brinda.

Lo curioso es que esta sensación, de extravío y libertad, me ha provocado un sentimiento distinto, al habitual, en relación con el espacio y el tiempo que habito en el mundo.  He comenzado a reflexionar sobre cosas como: ¿será que así viven las laboriosas hormigas? Ellas no observan nuestras medidas terrestres del tiempo, tienen otras formas de guiarse en la vida. Yo las admiro mucho, ante todo, porque son superfuertes físicamente, no sólo para trabajar; si alguna de ellas cae, en relación con su volumen, desde una gran altura, aparentemente no se daña; en breve momento ya está caminando otra vez; no ocurre lo mismo con nosotros, en eso también somos muy  distintos y, por cierto, mucho más débiles que ellas.  En el día a día, son tan perseverantes, organizadas, disciplinadas, incansables, pero de seguro es debido a que respetan los compases de la naturaleza. Las abejas, también son así, porque tampoco se guían por los relojes humanos para realizar su labor, ellas sólo viven; su faena diaria las mueve y habitan el presente con plena atención;  van y vienen llenas de energía volando de flor en flor, plenas de entusiasmo y vitalidad.  Por otro lado, los árboles, las flores y plantas igualmente  existen en sus propios ritmos: reposan, mueven sus hojas, cierran sus pétalos y en vigilia buscan la luz del sol. La tierra agradece a la lluvia que trabaja incansable regando cultivos, pero que también descansa, por tramos de tiempo, en los cielos.  El viento, aire en movimiento, que mueve a las nubes, sopla  para equilibrar  la humedad y luego,  de igual manera que los demás,  duerme en intervalos de paz.

Podría citar muchos modelos de seres que viven, junto a nosotros, ajenos al tic – tac convencional. En este escenario sería positivo intentar regalarnos al menos un día, cuando podamos, para vivirlo con la fuerza y talento de las hormigas, con la dulzura y ánimo  de las abejas, con la frescura y placidez  de las nubes, con la sabiduría y el ímpetu  de los vientos y medir el tiempo con los lánguidos relojes pintados por Salvador Dalí, que no están en alerta, como lo están los que viven colgados en nuestras paredes, abrazados a nuestras muñecas o programados en nuestros hipnotizantes teléfonos modernos.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *