Compartir

Aunque hay un rostro positivo de esta pandemia, también existe un escondido e inquietante aspecto. Es la pugna entre las libertades individuales, la globalización económica y la modernidad versus la irresponsabilidad y el pánico (poco disimulado) a la libertad bien entendida, aquella cimentada en los valores cívicos del bien común. La moda de “ser tú mismo” y lucir como “chico rebelde” ha chocado contra las medidas mundiales que se están tomando para combatir a este microscópico ser. “Solo los estúpidos obedecen” es el gatillo psicológico difundido hasta en avisos comerciales. La empatía, la caridad y la compasión son consideradas debilidades. Por lo mismo, no es raro que cada año haya menos interesados en ser profesores. La cultura premia la victimización. Quejarse es fácil, buscar soluciones es complejo. Como si fuera poco, por razones de dictaduras, guerras, racismos y xenofobias, en varias naciones no se confía en las fuerzas de orden. Digámoslo claro: Seguir instrucciones, órdenes, sacrificarse por el bien de todos es un fastidio. Por lo mismo, no faltan quienes desean “lucirse” haciendo lo que les da la gana. Gracias a ellos, menos libertades tenemos.

Miedo e irresponsabilidad

A diferencia de otros conflictos, el miedo está creando una parálisis que favorece a las voces autoritarias. Las cuarentenas exageradas están afectando a los más pobres, a quienes no pueden vivir del teletrabajo o que no califican para ayudas estatales. No es chiste. En el sur de Italia, en México y Argentina, están proliferando robos y saqueos bajo la excusa de la pandemia. Hay tres razones para ello. 1)Los que han sido impulsados por el hambre y el encierro. 2)Los “pillines” que buscan sacar ventajas bajo el pretexto de la peste. 3)Los aspirantes a mesías, que pretenden hacer cierto el refrán: “a río revuelto, ganancia de pescadores”.

Un mes de cuarentena es posible de llevar, pero pocos visualizan lo que podría ocurrir si no se buscan soluciones que permitan subsistir a las personas. Un indefinido limbo incierto puede sacar lo peor de cada ser humano. Es cierto que los Estados tienen el deber de ayudar y proteger, pero hay un riesgo. Las democracias actuales están a prueba. Si no logran navegar en forma asertiva, acostumbrarán a la gente a los toques de queda, a la ley marcial y a “denunciar” al vecino que “no se comporta”. Habrá un terreno fértil para que las multitudes vendan su libertad (que han demostrado no saber usar) a cambio de un plato de lentejas (sin tener que trabajar). Caudillos totalitarios fascistas, comunistas o religiosos podrían seducir a los descontentos y a los “soplones profesionales”. Lamentablemente, la libertad y la felicidad son valores ambiguos, que se comprenden a cabalidad solo cuando se pierden. ¿Perdurarán las democracias o nos iremos con el primero que nos ofrezca un paraíso? ¿Llegaremos a cumplir la autoritaria profecía que Fritz Lang propuso en su film “Metrópolis” en 1927?

 

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *