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Como víctimas olvidadas los días mueren
abrazados a las alambradas de púas, con la piel
agujereada de los campos de batalla.
Con los mismos impulsos que instalan
los días unos tras otros, secan la ropa,
cicatrizan las heridas que volverán a abrirse
y que volverán a cicatrizar hasta que todo
sean tierra de cultivo para los gusanos.
Allí sin viento que polinice ni semillas,
y con el miedo vivo que el olvido la borre
de una plumada, buscaba la única forma
posible de vencer a la muerte: narrar
para ser narrada. Las mejores imágenes,
que mantiene vivas en la memoria a punta de sal
y agua, recrean los ocres de los paisajes
donde la infancia fue una bandera a media asta.
Producto de ese anhelo de libertad
parece que las montañas hablaran. Quizás
para olvidar que siempre el cuchillo
del enemigo indica el cuello de la víctima
conversan entre ellas- En el retén de entrada,
el miedo instala su campo de observaciones.
Mirándome con lástima me dice: no es tierra
quemada por el sol, sino jirones de su blusa.
Cuando se levantan los arenales del Registán
escasa es la visión y los proyectos imposibles
adquieren corporalidad y movimiento: lo que es
un muro de piedra, sólido e impenetrable
también es la única esperanza que tienen
de volverse a ver los que se apartan.
Viven ahí los muertos. Tendría que morir
varias veces para experimentarlo. Cuando vivías
no se dieron el tiempo de conocerte y ahora
que no estás, se refieren a ti como si fueras
una persona de carne y hueso. Sin guía ni Gps
camina rumbo al Band-e-Amir de piedra caliza
y travertino poroso y amarillento.
Como la literatura prohibida la grulla siberiana
dejó de estar desde el año 1986 pero permanecen
los íbices, uriales y pinzones. Le he pedido
que me escriba, pero no puede hacerlo.
¿Es que no conoces la escritura? -Recrimino.
Sí, sí- responde. A pesar del cuarteado
de la tierra producto de la aridez para conducirse
con rectitud transforma la firmeza en un árbol.
El vaso trizado de vidrio, que tiene
bordes azules y máscaras rojas, mantiene la mano
aún tibia manchada de tinta del abuelo
que murió hace años a causa de un disparo.
Mientras ganaba dinero conduciendo animales
sagrados a sitios de culto: con abundante agua
y pastizales verdes piensa en las manzanas
negras
del Tibet. Ni siquiera bajo los efectos
de la fiebre imagina el cielo con paracaidistas,
tampoco los cuerpos subyugados de las mujeres
que conoció en los Talleres de Costura colgados
en la plaza pública y que vio desangrarse
con sus propios ojos cuando iba a la Universidad.
Como conocía el peligro de las plantas
venenosas y los tentáculos crispados del intercambio
comercial, asumía riesgos controlados.
Atrajo para sí los modos prudentes para solucionar
de conflictos: lo que seguramente sería aplaudido
en occidente también era un acto de capitulación.
En honor a los dioses de la verdad recogía
manzanas Hua Niu en un canasto. Aunque
sabía que era la forma más inútil de prestación
de servicios para una humanidad en llamas,
lo hacía con gracia. La originalidad y las joyas
fabricadas en cornalina, le importaban un carajo.
A la fiesta del placer y desenfreno los erómenos
de otros tiempos se pasean semi desnudos
sin provocar escándalos, ni aumentar las pulsaciones
de los relojes semidormidos por el tedio.
Para no perder de vista el camino de retorno
leía las estrellas fugaces que se perdían en Karakum.
La casa materna era un recuerdo luchando
por no desaparecer completamente. Cuando
escribió su primer libro Gul-E-Dodi, los insurgentes
cortaron la línea de suministros. Y los bellos
árboles que fueron incendiados muchos antes
que ella naciera vuelven a incendiarse
modificando la estructura de los pensamientos.

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[1] Dark flower. En 2005, mientras aún era una estudiante en la Universidad de Herat, pudo publicar su primer libro: Gol-e dudi (‘flor ahumada’) o quizá Gul-e-dodi (‘flor roja oscura’), que fue popular en Afganistán, Pakistán e incluso en Irán.

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