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El 24 de junio se celebra a San Juan Bautista, según el santoral establecido por la Iglesia Católica.

Esta festividad corresponde a una de las tradiciones más antiguas del Cristianismo y que recoge antiguas celebraciones, que por vía del sincretismo religioso han ido transformándose de cultura en cultura.

Esta fiesta de reconocimiento a San Juan Bautista nació aproximadamente en el siglo III DC, cuando ya la Iglesia se había establecido y que pese a que no era la predominante, en vastas regiones del Imperio romano era una comunidad extendida y relevante que hacía necesario establecer los hitos de la nueva fe.

El santoral católico está plagado de Juanes: el Evangelista, Juan Bosco (fundador de los salesianos, 31 de enero), San Juan Crisóstomo (13 de septiembre), Juan Bautista de La Salle (fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, 15 de mayo), Juan de la Cruz (14 de diciembre), Juan María Vianney (el Cura de Ars, el 4 de agosto); pero el principal es Juan Bautista.

¿Quién es este Juan Bautista? Pues bien, para la doctrina católica es el que ocupa el 5° lugar en la Economía de la Salvación, solo superado por Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo y la Virgen María.

Juan Bautista, según los relatos del Nuevo Testamento, es hijo de Santa Isabel, prima de la Virgen María, y de Zacarías. Por lo tanto pertenece al linaje de David. Cuando el Ángel anunció a la Virgen María que sería Madre del Hijo de Dios, le anticipó que su prima Isabel “la que tiene fama de estéril” (Lc, 1 34), estaba embarazada y le señaló que debía ir a saludarla. La Virgen María le hizo caso y concurrió a visitarla. Cuando Isabel vio a la Virgen María, según el relato bíblico, el niño que estaba en el seno de la anciana (Juan Bautista), dio una patada que hizo exclamar a su madre reconociendo a María como Madre del futuro Mesías. “¿Quién soy yo para que me visite la Madre del Salvador?”, dice que señaló Isabel, a lo cual María hace una de sus escasas intervenciones: El Magnificat, donde proclama lo que sucedería. (Lc 1 39:56)

Estatua Católica

De esa conversación entre María e Isabel nace uno de las oraciones más populares del cristianismo: el Ave María. Isabel señala a María como “Bendita entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lc. 1 42), que se ha repetido millones de veces desde que se escribió como relato en el año 70 de nuestra era.

El nacimiento de Juan también tiene otras particularidades, porque su padre, Zacarías, enmudeció, hasta que nació el niño, al que pretendían ponerle como nombre el de él, pero el mandato del Ángel era que se llamara Juan, cosa que se concretó cuando el pobre hombre logró comunicar por escrito el nombre: Juan, el elegido, en arameo antiguo.

Este Juan, hijo de padres ancianos, fue criado según la tradición por un grupo reducido de devotos judíos que vivían en comunidades en lo que hoy es Jordania y  que esperaban la pronta venida del Mesías: los esenios. Lo poco que se dice en los evangelios es que vivía en el desierto, vestía un manto hecho de pelo de camello, comía langostas y miel silvestre (Mt. 3:4). Su ministerio se centró cerca del río Jordán, bautizando  por inmersión, de ahí su apelativo de Bautista. Su proclamación era radical, y se basaba en las antiguas profecías de Isaías escritas 800 años AC, en el destierro de Babilonia. “Yo soy la voz que clama en el desierto: allanen los caminos del Señor”. (Isaías 40:3). Llamaba a la conversión y a vivir en la austeridad, despreciaba y denunciaba a los poderosos y consideraba un escándalo el poder que burlaba a la justicia.

No hay escrito que señale que los primos hermanos Jesús y Juan (Jn 1 19-21) tuvieran contacto permanente, pero el primero se acercó adonde estaba Juan para pedirle que lo bautizara. Juan, al verlo, reconoce la preeminencia de su primo: “Viene alguien después de mí y Yo ni siquiera soy digno de abrocharle las sandalias” había dicho previamente cuando le preguntaron si el era el Mesías que esperaba el pueblo judío (Mc. 1:7). Jesús insiste en que lo bautice y Juan lo hace. En ese preciso instante, según el Evangelio de Marcos, se abrió el cielo y una voz exclamó “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”, junto con bajar una paloma que se poso sobre Jesús (Mc. 1 9-11). Para la teología católica, esta es la expresión perfecta y evidente de la Santísima Divina.

Luego de este evento excepcional, Juan comienza a apagarse, va a las proximidades de Jerusalén y denuncia las corrupciones del Exarca Herodes (títere del poder romano), su esposa Herodías y su concubinato con Salomé, su hijastra. Finalmente es detenido y decapitado. Tendría unos 30 años cuando fue asesinado. Así, desaparecido, se inicia la vida pública de Jesús.

La mayoría de los seguidores de Juan, constituyeron la base del grupo inicial de Jesús.

Para el cristianismo, Juan es el último de los Profetas del Antiguo Testamento y el precursor del Mesías: ahí su importancia. El escogido para preparar el camino del Salvador, la voz que clama.

Por eso, cuando la comunidad cristiana se formalizó en una religión crecientemente importante, en los naturales procesos de sincretismo religioso, se decidió que la celebración de San Juan Bautista debía quedar cerca de las antiguas celebraciones del solsticio de verano en el hemisferio boreal (el solsticio de invierno en el hemisferio austral), que cae el 21 de junio. Seguramente no se utilizó el mismo día para no hacerlo tan evidente, pero recogió casi todas las celebraciones asociadas a esa fecha. Para el solsticio de invierno boreal (el inicio del invierno en el norte y del verano en el sur), se constituyó en el Nacimiento de Cristo: La Navidad.

Las celebraciones del solsticio de verano boreal era la fiesta de la libertad, especialmente de las mujeres. En la antigua Grecia era la fiesta del dios Dionisio, las dionisiacas, que consagraban el tiempo  donde las mujeres se liberaban y podían practicar libremente el sexo en los bosques y campos. También era la Fiesta del Macho Cabrío, el festejo de la virilidad masculina, donde se interpretaban los ditirambos, los antecedentes de lo que luego sería el teatro griego, donde se representaban los grandes mitos griegos. Eran fiestas igualitarias, donde desaparecían las clases y diferencias, donde se bebía vino en abundancia y por un lapso breve, todos podían ser felices. Era el tiempo donde  todos volvían a morar en los campos, donde danzaban y se embriagaban en torno a los fuegos, un homenaje a Prometeo que regaló el fuego a la humanidad.

Las tradiciones asociadas a las antiguas fiestas no se perdieron, ni siquiera en la Edad Media. En gran parte de la Europa meridional, la Noche de San Juan (es decir la que va del 23 al 24 de junio), es la fiesta de los fuegos, donde se encienden gigantescas hogueras. El fuego representa el dominio del hombre sobre la naturaleza, su capacidad de controlar los elementos.

Esta es La Fiesta que relata Joan Manuel Serrat en su canción de 1970, cuya letra resume de manera magistral esa vieja tradición que ya perdura casi 3.000 años:

Gloria a Dios en las alturas,
recogieron las basuras
de mi calle, ayer a oscuras
y hoy sembrada de bombillas.

Y colgaron de un cordel
de esquina a esquina un cartel
y banderas de papel
lilas, rojas y amarillas.

Y al darles el sol la espalda
revolotean las faldas
bajo un manto de guirnaldas
para que el cielo no vea,

en la noche de San Juan,
cómo comparten su pan,
su mujer y su galán,
gentes de cien mil raleas.

Apurad
que allí os espero si queréis venir
pues cae la noche y ya se van
nuestras miserias a dormir.

Vamos subiendo la cuesta
que arriba mi calle
se vistió de fiesta.

Hoy el noble y el villano,
el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano
sin importarles la facha.

Juntos los encuentra el sol
a la sombra de un farol
empapados en alcohol
magreando a una muchacha.

Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas.

Se despertó el bien y el mal
la zorra pobre al portal
la zorra rica al rosal
y el avaro a las divisas.

Se acabó,
que el sol nos dice que llegó el final.
Por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual.

Vamos bajando la cuesta
que arriba en mi calle
se acabó la fiesta

Cuando los españoles llegaron a América, el proceso de evangelización no pudo evitar que las antiguas tradiciones de los pueblos originarios se perdieran. En el caso de los mapuches, para el solsticio de invierno se celebraba el Año Nuevo, el We Tripantu, que se prolongaba por varios días.

En la cosmología  mapuche, este cambio de ciclo, cuando el día se acortaba, implicaba el inicio de los días duros del invierno y por ello celebraban jugando palín y se bautizaba a los niños.

Por eso, a los mapuches y a la mayoría de los pueblos  meridionales, les resultó atractiva y cercana esta fiesta de este Juan que también bautizaba.

Durante la Colonia y gran parte de la República, la noche del 23 al 24 de Junio se conoció como la noche de San Juan. Para la tradición popular era la noche donde estaba permitido recurrir a los viejos dioses, para beber y juntarse a celebrar.

En las casas la gente esperaba la medianoche cantando, y haciendo las pruebas para adivinar lo que les deparaba el futuro: tomaban tres papas, una completamente pelada, otra semi pelada y otra sin descuerar y las lanzaban bajo las camas, dependiendo de cual tomaran a oscuras era la suerte que los esperaba; prosperidad (la sin pelar), pobreza (la pelada) y normalidad (la semi pelada). Otros lanzaban esperma de vela sobre una palangana llena de agua, sin mirar, para luego interpretar las figuras que formaba la esperma al caer sobre la superficie.

Los más valientes se instalaban bajo una higuera para que el Diablo les enseñara a tocar guitarra. Era la fecha propicia para pedirle al Diablo lo que se quisiera, en los cruces de camino.

"tradición sigue honrando  a Prometeo que robó el fuego a los Dioses y nos trajo la libertad y el conocimiento".

En la Noche de San Juan, el Diablo tenía libertad para recorrer los campos. Era el recuerdo de los antiguos dioses que volvían.

Esas tradiciones se perdieron y también el significado profundo que tuvo para nuestra ruralidad. Fue un signo de nuestra identidad mestiza.

Sólo recientemente los mapuches han recuperado la celebración de su We Tripantu.

En Europa, mientras tanto, siguen encendiéndose los fuegos. La tradición sigue honrando  a Prometeo que robó el fuego a los Dioses y nos trajo la libertad y el conocimiento.

Por eso, yo sigo celebrando, todos los años, mi Noche de San Juan.

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