Compartir

Las culturas de los pueblos se configura de una manera dinámica y múltiple a través de distintos procesos históricos. De esta manera, cuando nos referimos a Occidentalismo y Orientalismo, estamos ante la presencia de categorizaciones estructurales, que implican siempre, una visión de poder por sobre la generalidad de esos pueblos a los cuales nos referimos.

A eso hace referencia Jean Babtiste Joseph Fourier, cuando describiendo el ímpetu y genio de los europeos por dominar la esfera del mundo egipcio antiguo, es catégorico al señalar que el ser europeo, estandarte del occidentanlismo, está “impaciente por emplear los nuevos instrumentos de su poder”. Mismo caso podemos apreciar en los personajes de la novela póstuma de Gustave Flaubert, “Bouvard et Pécuchet”, que representan los estandartes de la crisis y la regeneración, como si Flaubert, hubiese tenido una capacidad predictora inigualable. Bouvard que se caracteriza por un idealismo desbordante expresa: “El hombre moderno está en continuo progreso. Europa será regenerada por Asia. Siendo ley histórica que la civilización vaya de Oriente a Occidente (…) las dos formas de humanidad finalmente se fundirán en una sola”. Bouvard, es idealista sí, pero más bien, representa una idea, en tanto y en cuanto, es la cultura el proceso de homogeneización – por lo menos mirada desde el punto de vista modernista – por el cual se genera un estatus de poder que permite la existencia de normas, hábitos y formas de habitar, legitimando el espacio en el cual el ser humano se desenvuelve.

La Navidad, es a todas luces, un proceso de homogeneización cultural, en el cual, primero vino a imponer una moral – la cristiana – a la mayor cantidad de pueblos del mundo, y posteriormente, a invadir la práctica del consumo como motor de funcionamiento económico ad portas del fin de cada año. Empero, como ustedes pueden vislumbrar un sentido crítico en mis palabras, no es por ningún motivo una propuesta anulatoria de tan significativa fecha, sino más bien de reflexión y recuperación de esos procesos históricos y simbólicos que han nutrido a la hoy tan difuminada Navidad.

Sucede que para los distintos pueblos que componen esta aldea global, las fechas que hoy comenzamos a inaugurar han sido parte de una serie de rituales que estuvieron asentados durante siglos en culturas heterogéneas.

Virgilio escribió largamente, de qué manera el pueblo romano celebraba durante siete días (del 17 al 23 de diciembre), la gran Fiesta de las Saturnalias, donde en honor al Dios de la Agricultura, se oficiaban banquetes públicos y privados en cada casa, seguidos de carnavales coloridos y de regalos que se traspasaban entre unos y otros. Esto se debía a la importancia que daban al fin del ciclo oscuro, para proclamar un nuevo Sol, el Sol Invictus, que inauguraba un nuevo ciclo agrícola.

Pero ya antes, el pueblo judío celebraba Janucá, donde se recordaba los memorables días en el cual el Templo teniendo aceite suficiente para un sólo día de lámpara, de manera divina, estuvo encendida ocho días. Fuerza necesaria para que los judíos se organizaran, y siendo minoría, derrotaran a los helenos que ocupaban Israel. A partir de ahí, es que celebran una colorida fiesta, de alegría, abundante comida, coincidiendo con las cercanías del 22 de diciembre, de una manera de proclamar la expulsión del invierno e inaugurar una nueva época de abundancia del aceite, como podemos inferir del Bikurim 1:6 del Mishná.

Cruzando el Mediterráneo, los pueblos godos de la península ibérica, durante siglos celebraron la muerte del cerdo. Estos, que debían cumplir un ciclo de crianza, realizaban una festividad gastronómica progresiva que avanzaba hacia lo culmine: un gran banquete los días 24 y 25 de diciembre de exquisitas preparaciones de cerdo y dulces especiales, donde los niños tenían un rol fundamental, que era la enseñanza de la actividad pastoril. Inauguraban de esta manera un nuevo ciclo vital y alimentación. Esta fiesta goda tiene antecedentes en Flandes con el origen del keniolles y el plum pudding de los anglosajones.

A propósito de los sajones. Este pueblo hacía comenzar su calendario año a año, los 25 de diciembre, en el cual esa noche, las divinidades femeninas protegían a las madres y a los niños a través de banquetes y regalos que era entregados de una manera simbólica para demostrar protección. A eso se refiere el modra niht, que era la noche de las madres, recuerdo simbólico de la fertilidad. Figura similar a la Frau Holle, una especie de hada madrina que va a dejar regalos a los pueblos alejados de Alemania. Frau Holle, como se refiere la tradición, ha triunfado por sobre Wotan, el Dios de la sabiduría pero también la muerte.

Los escandinavos, en la fiesta de solsticio de invierno (entre el 21 al 23 de diciembre), conmemoraban la Fiesta de Yggdrassil, el árbol sagrado, que significaba la importancia del linaje, la conexión entre el pasado y el futuro, los espíritus y los niños, lo seco y lo húmedo, lo oscuro y lo luminoso. Sobre todo, el proceso continuo de la regeneración de la vida, y por eso le celebraban decorando con colores y le cantaban coros de niños quienes eran premiados con agasajos, dulces y banquetes.

Todas estas fiestas, lo que solo he explicado sucintamente muestras y algunos ejemplos, poseen varias características en común: coinciden con la muerte de un ciclo de oscuridad o letargo, inauguran una nueva etapa o época del pueblo, están relacionadas con el solsticio de invierno, y sobre todo, todas ellas inauguran alegremente la unidad de la comunidad en pos de un futuro nuevo. La inauguración de una nueva época, una oportunidad compartida y aceptada por el colectivo, era siempre refrendada no sólo con fiestas, comidas y regalos, sino sobre todo con la congregación de la comunidad provocando un diálogo, una paz y un despertar significativo para la generación de nuevas sinergias e impulsos.

Es hora de entender la Navidad de una manera que nos abra un mundo de posibilidades, de culturas, desplomado del poder, o si genera poder, este sea circular y temporal, ya que los símbolos, las identidades, los rituales y los hábitos le pertenecen a los individuos y sus comunidades. No olvidemos, que son estos factores que determinan la forma que generamos el hábitat del entorno y por ende, la sociedad. Generemos una Navidad que nos permite fundar un hábitat circular, no piramidal.

Por último los quiero invitar a eso en estos días. Que, fuera de sus particulares creencias religiosas o simbólicas, miremos nuestro pasado, nuestras raíces, nuestra diversidad que nos compone, y sinteticemos lo significativo: la sociedad no es homogénea, sino que es un constructo dinámico y orgánico que necesita a sus individuos, mirándose a los ojos, conversando y dialogando, inaugurando como diría Virginia Woolf: “el apetito de felicidad y felicidad y más felicidad”.

Compartir

Alguien comentó sobre “Inaugurar la unidad: una nueva mirada a la Navidad

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *