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En una extensa conversación hace unos días atrás, una amiga nos relataba su viaje por el Asia. Recorrió Nepal, Bután, India, Ceylán, Qatar. Un viaje maravilloso, un cúmulo de sensaciones y experiencias, las paradojas de ver tanta hermosura al lado de la pobreza y la miseria humana.

Nos relataba que lo más le impacto fue lo que sucedió en Sri Lanka, nuestra antigua Ceylán.

Sri Lanka es un país maravilloso, una isla que semeja ser la lágrima de la India. Viene saliendo de una terrible guerra civil que provoco muerte y pobreza.

Nos relataba nuestra amiga que lo que le sorprendió de Sri Lanka fue la limpieza del país, que se acentúa al comparar la situación con lo que sucede en India. Un país pobre, sin comodidades, hasta con un cierto retraso económico, pero limpio.

Cierto día, dentro del tour, correspondía visitar una de las factorías donde se tiñe la seda, con un antiguo, artesanal y demoroso procedimiento. Ella no estaba muy entusiasmada, pues ya lo conocía, pero igual fue, para acompañar a quienes con ella compartían el tour.

Al llegar a la fábrica, divisó a lo lejos una cruz. Sri Lanka es un país predominantemente budista, con presencia hinduista en ciertos sectores y cerca de un 8% de católicos. Por eso le sorprendió ver ese símbolo que resulta tan poco común en el paisaje cingalés.

Al acercarse comprobó que efectivamente era una Iglesia, pequeña pero bien cuidada. Al  exterior habían unos 20 niños sentados en círculos que habían una especie de catecismo y al interior había una mujer tras una mesa. Se acercó y le preguntó en inglés si era una iglesia católica y le respondió que sí. Tenía unos textos religiosos escritos en cingalés, que al consultar su valor le expresó que eran un regalo. Siempre fue cordial, amable y cercana.

Salió de la Iglesia y  se encontró con una pareja que venía a buscar a sus hijos que estaban en el catecismo. Nos cuenta que era todo como mágico, pues andaban en bicicleta, en una bicicleta. El  hombre se sentó al frente y cogió el manubrio, la mujer se puso tras el, el hijo se instaló delante del padre y la más pequeña se puso tras la madre. Un verdadero prodigio de equilibrio. Todos vestían pobremente, pero limpios.

Sri Lanka Fotografía de Luz Elena

Mi amiga se acercó a ellos y les preguntó si  les podía sacar una foto. Ellos accedieron y luego mi amiga los abrazó. Estaban emocionados y felices. Luego volvieron a la bicicleta y sus equilibrios y se marcharon, sonrientes.

Dice que sus dientes blancos resaltaban sobre la piel  cobriza de los cingaleses.

Ella resume esa experiencia emocionante como felicidad pura. Sencillez y pobreza, pero felicidad plena.

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