Tarde de cielos grises, nubes poderosas que vagan en el cielo cortadas por rayos de luz amarilla, esta infinita cantidad de verdes y azules, el rojo de los Notophagus [1] cuyo origen se supone en las tierras de Sudamérica y Antártica y que en marzo comienzan a otoñar el paisaje.
Desde esta Patagonia, donde sin televisión el mundo se ve mas lejos, nos alcanzan las noticias de las redes sociales, en distintos idiomas y países.
Me alcanza el espanto de los niños palestinos de Gaza, la cárcel de cielo abierto mas grande del mundo. Muchos de ellos han vivido con este invierno, el peor año de su vida. Me llega la imagen de los refugiados sirios que mueren de enfermedad, de hambre, de frio. Llegan también los fundamentalismos que no entiendo. La precariedad de la información desesperada y tardía de los incendios y desaparición de la Reserva La China Muerta y fuego en el parque Conguillío del sur de Chile; los fallecidos y desaparecidos de las inundaciones en el norte del país; la de ríos fuera de su curso; un copiloto de 28 años que dice el fiscal, ha derribado su propio avión con 150 pasajeros.
Por que no decirlo, los descréditos de la política chilena, la precariedad de un Estado que nos produce sensación mezclada de desesperanza, incredulidad y desesperación.
Impactan imágenes de retroexcavadoras destruyendo glaciares, la mirada de ojos sanos y de ojos heridos, por balines de Fuerzas especiales de Carabineros de Chile cuando defendían lo suyo: Casi siempre el sustento.
Estamos rodeados del espanto. Como creen en México, el espanto es la perdida del alma por causa del impacto o del miedo. Quizás sea eso lo que nos pasa a la mayoría los chilenos. Somos una sociedad que de tanto espanto ha perdido el alma para reconocerse, para encontrarse, conversar, para saber hacia donde ir comunitariamente.
Caminando dentro de la Estación Metro Baquedano en la hora punta, sin ninguna posibilidad de entrar al carro a menos de que usted se arme de valor y acceda a empujones, aguantando cualquier cosa, tratando de casi no respirar, sin moverse, sin mirar los ojos de nadie, ojala sin pensar, apagando cualquier pregunta y cualquier asomo de ilusión o desilusión. Uno de tantos innumerables ejemplos que abundan en la vida cotidiana de casi la mitad de los Chilenos. ¿ Hasta cuando resistirán? Y que pasará cuando dejen de hacerlo?
¿Y la otra mitad? Los que viven bien en la provincia? ¿O en la misma capital como si fuera la provincia? ¿Los que tienen mucho que aportar, que decir, que cambiar?.
Los que todavía devuelven el vuelto cuando la persona que vende se equivoca, los que botan la mugre en el tarro de la basura, los que reciclan, que siembran en sus jardines, conocen a sus vecinos, detienen el auto cuando ven un peatón en la misma ruta, los que conversan en la micro y el metro, los que todavía creen en la religión, la política, el servicio social, la música y el silencio.
En medio de estos pensamientos, llega desde la lejanía el sonido de una Vihuela, transmitida por la radio Beethoven, creada por un soñador que murió sin deberle un peso a nadie. Uno de los seres imprescindibles, que cumplió sus sueños de servicio.
Me acompañan las “historias extraordinarias” de Fellini, el sol se cuela por estas ventanas cariñosas y mientras el pan de centeno sube en la cocina a leña. Llega desde esta radio on line, la música de Mauricio Garay Cid interpretando las obras de su creación para la Vihuela Andina, instrumento creado por el mismo. Trae la música una secreta esperanza de que en el arte, podemos cambiar nuestros destinos.
Si somos tantos, porqué vemos tan pocos ?