Compartir

A principios de los noventa asistí a un seminario sobre lingüística en el Colegio de México.  Un doctor de mirada viva y apasionada expuso sobre las derivas de la lengua española en América Latina. No recuerdo su nombre, pero sí una afirmación que realizó y que me ha acompañado siempre. Dijo que por las formas de pronunciación, Chile y Cuba tenían los mayores riesgos de salirse de la matriz de la lengua española. Las dos grandes islas de América Latina hacían desaparecer y fusionaban letras de una manera que podría hacer incomprensible el habla en otros países.  (Que hoy las teleseries chilenas sean dobladas para poder transmitirlas en las televisoras de otros países de América Latina, de alguna manera comprueba la hipótesis del profesor).

Pero, en ese momento lo que me llamó más la atención, no fue tanto la deriva del idioma, sino que Chile y Cuba fueran consideradas las dos grandes islas de América. Otra cosa que siempre me ha asombrado, que no tiene que ver con la dimensión del lenguaje pero sí con las emociones en la comunicación, es lo intensamente acaloradas que son en Chile las discusiones sobre Cuba. Es casi como un tema nacional, que desata las pasiones más aniquiladoras. En ningún otro país del mundo, creo que ni en la propia comunidad cubana exiliada en Miami, el estado de la situación política en Cuba es tan ardientemente opinado como en Chile.  Es como si las dos islas estuvieran atadas por un hilo invisible que las une e identifica.

¿Será la tendencia de las islas a aislarse del mundo y a construir mundos cerrados? En ambas domina el poder de una minoría que tiene el uso de la fuerza, de los medios de comunicación, del control de la ideología, de los poderes políticos. En ambas, asombran las declaraciones de los jerarcas de sus gobiernos, defendiendo su modelo intocable de los ochenta o sesenta, -cuando había Guerra Fría, Muro, Unión Soviética y Ronald Reagan-, como si fueran obras maestras que no se puede modificar aunque la mayoría de los ciudadanos quieran otra cosa. Ambas tienen sistemas de origen democrático ilegítimo y protegido, que son la obra de una “minoría iluminada” que los impuso para defenderse del contexto exterior, y proteger al pueblo de sí mismo, de la democracia, de la expresión de su voluntad. Ambos modelos se originaron al alero de las superpotencias militares e ideológicas que en su versión ochentera ya no existen, pero sobrevivieron a sus creadores y han intentado, con algún éxito, vender su modelo en la región y en el mundo.

Aquí están ambas islas, identificadas por sus modelos políticos y económicos, (no por sus costumbres, religiones o hábitos excéntricos) fuera de un mundo que avanza, se cuestiona y se pregunta, desde Washington a Beijing, desde Reikiavik hasta el Cairo. Ambas islas de América con sus élites imponiendo una camisa de fuerza al desarrollo de sus países y de sus ciudadanos, luchando por detener el tiempo y la historia, apelando a una izquierda y una derecha de antaño que existió en mejores días de sus fundadores. Ambos pueblos prisioneros del ego y el miedo de sus gobernantes. ¿Será que en ambas, las élites se fueron de la lengua común y crearon un universo paralelo y que hay que hablarles con subtítulos, para que entiendan?

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *