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Mi madre llegó a México, a los 9 años, refugiada de la guerra civil española. Dedicó su vida a la lucha política. Fue una mujer extraordinariamente fuerte, dura, pero lloraba ante las injusticias sociales que se cometían en cualquier lugar del planeta. Lloró como niña cuando en las noticias salió la muerte de Allende. Lloró, igual, de indignación y de impotencia porque estaba encerrada en Santa Martha Acatitla por defender sus ideales, mientras mataban a los estudiantes en Tlatelolco en el 68.

Cuando murió y tuvimos que vaciar su departamento mis hermanos y yo, en medio del dolor nos seguíamos sorprendiendo por la cantidad absurda de harina que guardaba en su alacena. Kilos y kilos de harina, mucha de ella ya echada a perder, por el “síndrome de la guerra” que no la abandonó en toda su vida; por el miedo a vivir nuevamente en la opresión y en la guerra, y no tener qué comer. La harina la hacía sentir segura. Mientras guardara harina, no íbamos a morir de hambre en un estado de sitio.

Vio, supo, y atestiguó cómo, a lo largo de su vida, los gobiernos autoritarios mataban a niños, mujeres y hombres que se expresaban en contra del sistema. Algunos, claro, desde la lucha armada; otros, defendiendo con la palabra las más elementales libertades del ser humano.

Mi padre lo hizo de otra manera. Él estaba convencido de que la tarea era mediante la comunicación, la difusión, y la educación. Le pusieron pistolas en la sien para amedrentarlo y que no publicara cosas contra el gobierno; le retiraban la dotación de papel, que estaba centralizada, para que no lograra imprimir. Le censuraron revistas y lo amenazaron de muerte más de una vez.

Desde trincheras completamente diferentes, pero no excluyentes, vivieron su vida dedicados a darle información a la gente; buscando concientizar, y sobre todo, buscando justicia y libertad.

No escribo esta nota como una apología de mis padres. Ambos fueron, como todos nosotros, luz y sombra, pero tenían muy claro que los derechos humanos no están dados; que hay luchar para obtenerlos.

Estamos viviendo un momento de la historia de nuestro país que es un parteaguas. Los jóvenes, con el movivmiento #YoSoy132, despertaron después de muchos años de letargo, desesperanza e indiferencia. Movilizaron a la ciudadanía, que harta también de años y años de esperanza-desilusión, hoy comienza a participar como hacía mucho que no lo veíamos.

Lamento que mis padres y mi hermano no estén aquí para presenciarlo. Se hubieran emocionado y estarían colaborando de una u otra manera a apoyar una causa que no sólo es justa sino ineludible: nuestro derecho a la libertad. Libertad, que entiéndase, no es tal si no viene de la mano con el bienestar.

Hay todo un discurso sobre el miedo que da un candidato o el otro. Estamos gobernados, en realidad, por el miedo: a la violencia; a la falta de oportunidades; al desempleo; al futuro que les espera a nuestros hijos; a la enfermedad y la carencia de servicios médicos para todos; al narco; a los muertos que aparecen ante nuestra mirada aterrada por la sanguinaria forma en que les arrancaron la vida; a los abusos del ejército y la policía; a las facturas impagables para la mayoría de los servicios básicos, y no acabaría de enumerar cada uno de nuestros miedos.

Tengo una hija a punto de cumplir 23 años. Tres sobrinos alrededor de esa edad. Todos ellos, buscando muchas veces con desesperación, la manera de construirse un futuro digno, de bienestar.

Mi miedo, mi peor pesadilla, mi gran terror, es que no permitamos que este país cambie.

Somos testigos del cambio en otros países y de que ese cambio ha traído viento fresco, agua clara, y cielos azules.

Está en nosotros. No en los candidatos, ni en los medios de comunicación ni en las redes sociales. Está en cada uno de nosotros hacer de México “La región más transparente”. Mientras no deseen algunos abandonar su espacio de confort, y para conservarlo cierren los ojos ante las infinitas evidencias, no lo vamos a lograr. Cada uno de nosotros es el resto de la humanidad. Tenemos una enorme responsabilidad, y sólo el miedo nos puede impedir asumirla.

Yo sí voy a votar. Me niego a sentir miedo.

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4 Comentarios sobre “Mi miedo

  1. Que linda y gran mujer tu madre, que en paz descanse, se extraña esa postura clara y no resignada ante las injusticias; como bien dices es responsabilidad de todos, es fácil ser críticos desde una red intangible sin liderazgos claros, depende de cada uno que esto cambie, por el bien de todos.

    1. Muchísimas gracias. Desafortunadamente, hoy, 2 de julio, despertamos tristes en mi país, y espero no hablar por ustedes al decir que aquí se manipuló la elección a partir del hambre, la miseria, la ignorancia y las carencias de millones de mexicanos.

  2. Y yo contigo. He ido a votar y sé que ese miedo, al compartirlo, pesa menos. Te quiero, por todo ésto y por todo lo demás que ni siquiera puedes imaginar. Mil besos para ti. Y mi eterna gratitud.

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