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La decisión del arzobispo Ricardo Ezzati de no oficiar la misa del Te Deum de Fiestas Patrias tiene varias lecturas posibles y constituye una señal que atañe indirectamente a todas las autoridades del país.

Aunque es bastante claro que una personalidad que está citada a declarar como imputado de encubrimiento de delitos graves ve debilitada su posición para cumplir un rol tan enraizado en la tradición nacional, la posibilidad que su decisión se haya debido solamente al anuncio de algunos dirigentes políticos de no asistir si era el oficiante no puede ser la única explicación.

Hay un proceso en marcha de renovación del Episcopado, y aunque ello se debe a situaciones puntuales de encubrimiento y desidia frente a las denuncias por abusos sexuales, abre al mismo tiempo una puerta para que la ciudadanía suponga que, sumando reclamos y presión pública, podría recuperar el derecho a remover las autoridades que no son de su agrado.

No hay que olvidar que los asuntos de la Iglesia Católica son mucho más intrincados que los del poder civil, por lo que resulta aventurado hacer extrapolaciones entre los dos ámbitos y mucho más que los reclamos fueron los que movieron la decisión de Ezzati, más atento como todos los obispos a lo que dice el Papa que lo que puedan opinar los fieles.

En este punto hay que hacer una distinción entre quienes han ejercido mal sus cargos y quienes simplemente no nos simpatizan porque tienen opiniones distintas a nosotros respecto de la realidad.   A los primeros sí se les ´debería aplicar un procedimiento que permita su destitución, pero para el segundo grupo hay que asumir que, así como a alguien no le cae en gracia una autoridad específica, esa persona cuenta con más partidarios que detractores, o al menos respaldos con más capacidad de decisión, por lo que es un desgaste de energía tratar de promover su remoción, sin que ello signifique renunciar al derecho de manifestar nuestra disconformidad en forma leal, de manera de no obstruir su gestión.

También hay que recordar que son distintas las condiciones de feligrés y de ciudadano.   La Iglesia Católica no se rige por los principios de la democracia y depende de la fe de los creyentes.   Si ha cedido en algunos aspectos es porque no ha descubierto aún la forma de contener la cultura moderna, globalizada e individualista.   Es tentador pensar que la feligresía tiene derecho a voto, por ejemplo, respecto a las designaciones y destituciones de los obispos, pero esa no es la realidad.   Para el poder político, en cambio, su razón de ser es la de responder a las demandas ciudadanas, por lo que depende absolutamente del respaldo popular, pero en todas las situaciones existe el derecho a reclamo, independientemente que este sea acogido y produzca algún cambio.

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Alguien comentó sobre “Dar un paso al lado

  1. Sin duda, es una crisis grave la que está viviendo la Iglesia. Es bueno que ocurra porque su lejanía no se debe al “mero individualismo y a la modernidad”, sino que a la existencia de individuos más educados y con enorme capacidad de información a través de internet. La Iglesia, pese a sus cambios y al Vaticano II, siempre descansaba en que sus fieles no leyeran mucho la biblia y que fuera difícil encontrar información sobre los numerosos temas históricos, teológicos y de lo que sucede en el vaticano y cualquier arzobispado del mundo. Por eso, los credos cristianos protestantes no han tenido una crisis de tanta gravedad, ya que buscan que los fieles lean, aprendan y analicen la biblia, además se compone de células o grupos litúrgicos liderados por un pastor y su familia. Tal como dices, la democracia ha llegado a la Iglesia Católica en el sentido que la forma ya no basta, los fieles buscan por sí mismo las respuestas a las preguntas que antes solo el sacerdote respondía. La crisis apunta a que organicen un Vaticano III con medidas más abiertas, quizás la opción de sacerdotes casados o mujeres pastoras, como también el incluir contenidos más que una ritualidad formal. Aquí está el problema de los católicos más old fashion que sienten nostalgia por la misa en Latín, uso de velos, música y muuucha forma y nada de contenido.

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