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El Hombre es el Lobo del Hombre, frase latina que da a entender que el ser vivo más peligroso del planeta es el ser humano, porque además de abusar de las demás especies es capaz de destruirse a sí mismo.

Hay algunos aspectos en los que hemos creído evolucionar pero que, a la hora de ponerlos en práctica parecen mostrar exactamente lo contrario.   El crecimiento explosivo de las redes sociales, en las que es posible publicar de todo sin filtro, confirma que seguimos siendo una especie esencialmente guiada por la emoción y el instinto, que pierde rápidamente el sentido de la racionalidad y estamos dispuestos a agredir a un semejante sólo porque piensa o actúa distinto.

Dos ejemplos:   La tortura y asesinato de una gata de un mes de edad por parte de tres niñas de 14 años de edad.   Evidentemente es un acto reprochable que habla pésimo de la formación de esas menores, de su falta de empatía y de su incomprensión de la naturaleza, pero esas adolescentes son lo que su entorno hizo de ellas.

En cualquier caso, culpables o víctimas de la sociedad, es claramente desproporcionado que se hayan enviado “decenas” de amenazas de muerte contra la joven que aparece como la principal culpable y contra su madre, a la que se le llegó incluso a decir que dejarían a su hija muerta a la puerta de su casa.

Otro ejemplo, la decisión de un órgano público independiente del Gobierno de Francia de conceder asilo político al ex-guerrillero Ricardo Palma Salamanca.   Sin  entrar en la legalidad ni legitimidad de la medida, las reacciones han ido desde el repudio a la justicia chilena y los aplausos a la figura de quien asesinó a un senador, a llamados a prácticamente amenazar a Francia con acciones de fuerza si no entrega al prisionero fugado hace 22 años de la cárcel y si se sigue afectando la soberanía nacional.

En ambos casos, se trata de reacciones pasionales, sin mayor meditación ni empatía por el otro, son respuestas automáticas e instintivas que sólo sirven para ratificar aquello de que el peor enemigo del Hombre es el propio Hombre.   Si dejáramos que actúe la masa que se enfurece con tanta facilidad con cualquier estímulo, tendríamos a gran parte de los niños y adolescentes que cometen actos de torpeza colgados de los faroles de la calle y habríamos declarado la guerra a todos los países con los que alguna vez hemos tenido controversias.

Posiblemente lo más triste del caso es que, una vez que nos hubiéramos eliminados unos a otros, serían precisamente los animales que consideramos inferiores los que dominarían el planeta y permitirían su recuperación.

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