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Cuando aparecen situaciones que generan un malestar ciudadano generalizado, como el asunto del cobro por los medidores del consumo de electricidad, o se comprueba lo generalizado del reclamo, como fueron las marchas feministas del 8 de marzo, es fácil creer que ya se está en el camino correcto para resolver los reclamos de la gente, pero esa es una ilusión.   Bonita, sin duda, pero imposible sin la participación permanente de la gente.

Ya se vio que el movimiento estudiantil, en 2006, se fue debilitando desde su momento de mayor auge, y aunque permitió la elección de algunas de sus figuras para el Parlamento y una renovación parcial de los partidos políticos, en su esencia ya no es lo mismo de antes, siendo que a pesar de algunos avances sigue vigente gran parte de los motivos de queja.

Es importante entender que la forma de hacer política está evolucionando pero aún no se consolida un nuevo modelo.   Los partidos políticos tradicionales han perdido la capacidad de convocatoria que tuvieron antaño y que una causa ciudadana tiene mucho más poder de movilización pero aún es incapaz de lograr soluciones sin la anuencia de los partidos tradicionales.

En esto, el fenómeno es global.   Si bien los pingüinos fueron de los primeros movimientos de este siglo no se trata de algo nuevo.  Ya en 1949 se produjo la llamada Revolución de la Chaucha por un aumento en el pasaje del transporte, y en 1968 la Revolución de Mayo en Francia, México y otros países.

Durante este mismo siglo hemos visto movimientos como el de la Primavera Árabe, los Indignados de España, el Ocupa Wall Street, y más recientemente los Chalecos Amarillos en Francia, entre muchos otros.   En cada caso, el detonante ha sido un aspecto específico que desata el malestar ciudadano que, ayudado por las redes sociales, es capaz de manifestarse de forma masiva, pero por lo general carecen de una organización que permita la institucionalización del movimiento, y esto ocurre fundamentalmente porque no es parte de sus objetivos.

Esto es lo que se ha denominado “Democracia Líquida”, que se caracteriza por el ejercicio directo de la soberanía popular.   En términos prácticos, la gente se asocia para demostrar a la autoridad que determinado asunto es relevante, a pesar que los gobiernos y los partidos no lo tengan considerado en su agenda.

La falta de motivación por participar en la política partidista lleva a que los partidos no puedan convocar a la ciudadanía, como lo hacen estos movimientos basados en la indignación, que es básicamente una emoción temporal y pasada la cual se pierde el impulso inicial.  Los partidos saben esto y lo más sencillo es incorporar parte de los reclamos y esperar que la indignación se calme.

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