Compartir

Para el 11 de septiembre de 1973 yo tenía 9 años y asistía a la Escuela Superior de Hombre N° 1 de La Serena, justo frente al Mercado Municipal, que hoy se conoce como La Recova.


Para que se comprenda el contexto de mis recuerdos, ese día clave en nuestra historia, yo asistí a la Escuela, junto a mi hermano pequeño, porque mi madre era de aquellas que consideraba que nada justificaba que un niño dejara de asistir a educarse.

Mis recuerdos de ese día trágico, se vuelven nítidos porque sucedió un hecho excepcional: como a eso de las 10, se suspendieron las clases y esperamos largos minutos en el patio, con profesores muy nerviosos, que entraban y salían de las salas y hacia afuera del colegio, conversando con otros adultos y entregando a los niños a las personas que los iban a retirar. En nuestro caso, quien nos fue a retirar a mí y a mi hermano Ricardo, fue uno de los mayores: Enrique. Siempre acelerado, curioso e intrépido, Enrique nos llevó por calle Cienfuegos hasta Colón, justo donde quedaba (y queda) la 1ª Comisaría de Carabineros de La Serena.

Enrique era (y es) flaco, chico, medio rubio y dueño de su idea. En esos años tenía unos 15 años. Era derechamente opositor al gobierno de Allende, seguramente por influjo de mis tías y madre.
Así, llegamos por obra y gracia de la curiosidad de mi hermano llamado a cuidarnos en el trayecto desde la escuela hasta la casa, al recinto donde muchas personas estaban siendo detenidas. Mis recuerdos de ese hecho son nítidos: carabineros con casco, metralletas y mucha gente entrando y saliendo del recinto, con las “juanitas” (esos móviles Volswagen transformadas en patrullas policiales) trasladando a detenidos que eran introducidos en la Comisaría. Había un aire tenso y un Carabinero nos ordenó alejarnos. Nos dijo algo así como “Esto no es para niños, váyanse a su casa”.

Recuerdo que, en el trayecto, mi hermano Enrique nos ordenó no decirle a nuestra madre esta visita al exterior de la Comisaría.

Mi hermano Enrique me ha contado no hace mucho un dato que desconocía: Ese día 11 de septiembre él también había ido al colegio, en este caso el Grado Técnico Profesional (GTP), que era un liceo adscrito a la sede local de la Universidad Técnica del Estado (UTE), pero no pudo acceder porque estaba cercado por carabineros, uno de ellos le dijo “derecho a tu casa, que estamos esperando a los militares para desalojar la UTE”; ahí se devolvió a la casa familiar y cuando pasaba por la Plaza de Armas de La Serena, un primo (Freddy Morales, de 18 años en esa fecha) que estaba haciendo el servicio militar en el Regimiento Arica de La Serena lo reconoció, llamó y le dijo “ Tienes que ir a buscar a tus hermanos, porque esto es muy serio, que no te pillen los milicos, mejor los carabineros”. De ahí él, tomó la decisión de irnos a buscar a los dos más chicos (Ricardo, de 7 años y yo, de 9). Me dice que se fue corriendo por calle Prat hacia el oriente hasta llegar a la Iglesia de San Agustín de La Serena, y vio que no había patrullas militares y de ahí fue a nuestra Escuela y le dijo a la inspectora que nos venía a buscar. Todos estaban retirando niños. Ese temor a encontrarse con los militares, según él, fue que lo llevó a conducirnos por el camino más largo: pasar por donde estaban los carabineros: de seguro ahí no habría militares.
Era un martes y por esas cosas del destino, mi madre destinaba ese día al lavado de ropa semanal, por lo que se comía porotos con trigo y ensalada a la chilena.

Mi padre trabajaba en Potrerillos, un yacimiento de cobre en la pre cordillera de la Provincia de Atacama, en la recién nacionalizada Andes Cooper Mining Company que había pasado a llamarse División Salvador. Por esos días estaba de vacaciones y recuerdo haberlo saludado con un beso, al igual que a mi madre. Mi padre estaba triste y mi madre, muy nerviosa y preocupada. En ese entonces éramos siete hermanos y parece que faltaban dos todavía que llegaran.

Varios años más tarde, supe que mi padre fue uno de los que escuchó el discurso final de Salvador Allende a eso de las 9 de la mañana. Él había votado y apoyado a Allende y al gobierno de la Unidad Popular y la derrota y el fracaso del gobierno era también suyo.

Nuestra madre nos comentaba, mucho tiempo después, lo agradecida que estaba que nuestro padre estuviera con nosotros durante esas fechas, pues mi padre le contó lo duro que fue la represión en los centros mineros. De hecho, uno de los grandes amigos de mi padre, el dirigente sindical Benito Tapia fue detenido el mismo 11 de septiembre en El Salvador y fusilado sin juicio el 20 de octubre, víctima de la Caravana de la Muerte.

Mi madre se había convertido crecientemente en opositora al gobierno de Allende, como la mayoría de mis tías, cercanas o militantes a la DC, cansadas de la violencia, el desabastecimiento y el conflicto social que sólo crecía.

Mi hermano mayor, José, era militante o simpatizante del MAPU y tenía en su dormitorio propaganda de ese partido, revistas Onda, publicaciones de Quimantú y un gran afiche de tamaño natural de Fidel castro saludando con el brazo en alto justo al lado de un mapa de Chile. Ese póster era muy querido por mi hermano Ricardo y yo, pues era nuestra regla de medida de nuestro crecimiento. Teníamos marcado en ese afiche, nuestras estaturas.

Nuestra madre le ordenó a José ese mismo 11 de septiembre o un día posterior, no lo recuerdo con claridad, quemar y destruir todo el material propagandístico. Lo que tengo claro que el póster de Fidel Castro iba derecho a la hoguera, pero Ricardo y yo lo recuperamos a último momento y lo guardamos debajo del colchón de mi cama, con la promesa de conservarlo para un mejor momento más adelante.

Varios días o semanas después, con Ricardo quisimos recuperar el poster y ver cuánto habíamos crecido y levantamos el colchón, pero ya no estaba el póster. Nunca lo preguntamos, pero presumimos que nuestra madre lo encontró y terminó destruido como mucha propaganda. Yo salvé varias revistas Onda y unos pequeños libros de la serie Cuncuna, que me gustaban mucho, los que mantuve hasta que emigré de La Serena.

Otro hecho que me enteré recientemente que a mi hermano José lo devolvieron del Liceo a eso de las 9 de la mañana y quería ir a la sede del MAPU, pero mi madre y padre se lo impidieron, firmemente.

Otro recuerdo que tengo de ese 11 de septiembre, es que no hubo transmisión de televisión y que en las pocas radios que funcionaban, solo se escuchaba música militar. Casi no había gente en la calle, pero a eso de las 17:00 horas, los vecinos que vivían (y viven) en la esquina de Carrera y Colón, salieron a la calle, cantaron el himno nacional y le pusieron la bandera a su casa.

Mis recuerdos de esos días trágicos luego se confunden con otras vivencias, pero lo que tengo presente es que hubo miedo, temor y tristeza.

Mi sobrino Juan Pablo hoy tiene la misma edad que yo tenía para el 11 de septiembre. Solo espero que no sea testigo de una tragedia similar.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *