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Mi vecino del edificio contiguo habla fuerte en francés. Su compañera de piso seca la vajilla recién lavada. Antes de ellos vivió en ese departamento una alemana, usuaria intensa de Skype u otro sistema de comunicaciones a distancia, y un hombre joven que se alegraba cuando yo escuchaba la música del Magreb. Las palomas hoy no están y quizás las aleja el ruido producido por los scouts en el patio de la Iglesia vecina. Ya es hora de ir a comprar el diario impreso a la vuelta de la esquina y de preguntar por la salud de la “vecina”, que heredó el quiosco de su madre fallecida bien pasados los 90 años, según me contó. Es la vida de barrio por estos lados.

No sé cómo se llama la dueña del quiosco, uno de estos días le pregunto, ni tampoco conozco su edad, pero después de muerte de su madre cambió de peinado y acortó la falda, así es que de un año a otro rejuveneció. A veces comentamos sucesos políticos cuando no está ocupada con otros/as clientes. Pero hoy estaba con otra señora del barrio que le contaba de sus ganas de irse al sur, a Carahue, “porque Santiago se está poniendo invivible”.

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Con el diario en la mochila parto a la feria que a esta hora está más o menos llena, pero no tanto como otras veces. Alguien de voz recia canta canciones de la Vieja Ola y en el puesto donde compro paltas alguien comenta: ″Volvió don Nano”. Avanzo casi impulsada por el tráfago humano y busco al cantante. Me encuentro con un señor bajito que usa sombrero de paja, pantalones blancos y zapatos del mismo color, sentado en una banqueta al lado de un parlante que emite las pistas musicales. Ahora don Ángel Custodio- ese es su nombre me dice el casero de las verduras- canta una de Leonardo Favio y al llegar a eso de “Ella ya me olvidó”, repite con voz estentórea: YOOOOOO. YO NO PUEDO OLVIDARLO; con bis para que no haya equívoco. La situación es coreada sin ánimo de burla con un ¡Ejale! por parte de sus coetáneos, mientras un vendedor más joven aprovecha la situación para vocear lo suyo: “¿A quién le gustan las tunas? Ya chiquillos, son las últimas de la temporada“. Una pareja gay joven sonrie ante la insinuación, pero no compra. La que sí se interesa es una chica de brazos tatuados que le pregunta a su pololo “¿Quieres tunas o plátanos bebé?″ El bebé, que usa barba tipo montañés y parece un tanto amurrado, no está muy decidido.

Como no puedo comer verduras crudas ni frutas ácidas decido llevar flores y paso con un puesto donde los ramos lucen un sospechoso color neón. Por suerte descubro otro lugar donde las reinas luisas son las de siempre y aprovecho también de comprar una mata de albahaca para plantar.

De vuelta a casa la algarabía de los loros posados en un árbol del parque me saca del modo feria. Subo las escaleras del edificio con la mochila a cuestas y me doy cuenta que los del piso de arriba también están de fiesta, porque se escucha un ritmo rumbero por los pasillos.

Ya casi es media tarde y se nos está yendo el domingo. Aún quedan unas cuantas horas para disfrutarlo pienso mientras recuerdo una canción de Dióscoro Rojas que coréabamos en la pega con una amiga y que comenzaba así: las ganas de llamarme domingo que tengo…..

Mañana es lunes y tengo hora al médico. El domingo seguirá estando a la vuelta de la esquina.

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