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El aleteo de la mariposa

Una niña de 11 años, violada reiteradamente por el conviviente de su madre quedó embarazada. Diferentes agrupaciones ciudadanas, de derechos humanos, feministas y de defensa de la niñez manifestaron su oposición a obligar a una niña 11 años a parir un bebé producto de una violación debido a que Chile prohíbe el aborto en toda circunstancia.

Para muchos, la legislación chilena hace caer sobre Belén el peso máximo de su injusticia y absurdo. Con ella, lo que era un caso hipotético cobra nombre y horror, indignación y compasión.

Si es complicado discutir sobre un tema como el aborto en términos generales, es mucho más difícil hacerlo en medio de las pasiones que desata un caso como este. La abstracción de los principios y valores, las creencias y legislaciones se ven sometidas a la prueba de lo humano.

Leo comentarios: “El aborto es un asesinato. Lo es porque todos fuimos un embrión fecundado y fuimos a anidarnos en la pared uterina. ¿Estamos hablando de que hay que matar niños para ser una sociedad liberal? El aborto es un crimen.” Son las frases que lanzan con pasión furibunda quienes se oponen a la interrupción del embarazo. Y es comprensible. Es la reacción que tendría cualquiera (o casi) frente a lo que cree que es el asesinato de un niño.

Por otra parte es necesario considerar que en Estados Unidos, España, Francia, China, India, por nombrar solo algunos países de los que suman aproximadamente una población de 5000 millones de los 7000 de todo el planeta, permiten el aborto con diferentes limitaciones, referidas principalmente al tiempo del embarazo es decir al primer o segundo trimestre de gestación. Reconozcamos que es absurdo pensar que  más de dos tercios de la humanidad hayan hecho legal el asesinato.

Esos países y la Organización Mundial de la Salud, luego de cuidadosas investigaciones y revisión de evidencia proveniente de múltiples fuentes científicas, médicas, filosóficas y religiosas, llegaron a la conclusión de que un aborto de 12 semanas no es un crimen, que un embrión de 12 o 24 semanas no es un niño, no es una persona, no es un ser humano.

Asamblea en la UTEM Fotografía Mariluz Soto
Asamblea en la UTEM Fotografía Mariluz Soto

La teocracia o la conversación

El fenómeno de lo humano es complejo y misterioso. No hay una verdad científica, ni religiosa. Ninguna persona puede explicarlo sola, individualmente. En ámbitos que tocan las concepciones más profundas de lo humano, para lograr acuerdos se generan grandes debates multidisciplinarios con personas de distintas visiones que comparten sus puntos de vista basados en las evidencias disponibles. Quienes no somos especialistas adherimos, confiamos, creemos con mayor o menor certeza las conclusiones comunes,  dependiendo de nuestras propias creencias y tratamos de actuar de acuerdo a nuestras propias convicciones. Siempre podemos trabajar para influir y lograr un nuevo acuerdo.

En algunos países, donde la religión se funde con la política y la ciencia, el acuerdo común no existe. La “verdad” es decretada por un grupo de poderosos administradores del dogma y la fe que rigen todos los ámbitos de la vida privada y pública. No es raro que estas creencias religiosas se fundan con intereses y alianzas políticas y económicas tanto o más preocupadas de controlar el poder que de alcanzar el cielo o el paraíso.

Para quienes no viven en una teocracia, una conversación y un diálogo que expresen la diversidad de la sociedad son fundamentales para alcanzar los acuerdos que constituyen los espacios de convivencia común.

Ningún tema humano colectivo se puede resolver de acuerdo a una verdad “objetiva” científica o técnica. Todos involucran diferentes dimensiones de nuestro ser: espiritualidad, filosofía, cultura, religión, ética, valores, etc. Qué agenda pública priorizamos; si construir o no una central nuclear; qué tipo de educación potenciar; cómo nos hacemos cargo de los mayores; qué significa desarrollo humano; si legalizar o no la marihuana; todas son decisiones que no dependen de argumentos objetivos sino de una articulación de nuestras creencias en el sentido más amplio.

Temas esenciales para la convivencia requieren de la concurrencia y expresión de todas las miradas: las científicas y las religiosas, las técnicas y las culturales, las individuales y las comunitarias, pero nadie puede imponer sus dogmas y creencias al conjunto de la comunidad.

En el proceso de conversar aprendemos a administrar nuestras diferencias y nuestras creencias, a convivir siendo mayoría o siendo minoría, a vivir con los “otros” y con “nosotros mismos”.  El aborto es un ejemplo que desata pasiones atávicas, pero no es el único. En sociedades de conversaciones y distinciones pobres, donde abunda la injusticia y la ira, frente a muchos temas surge rápidamente el impulso del exterminio de “los otros”, de su cultura, de su ideología, de su religión, hasta de sus vidas. En el paradigma piramidal de la comunicación, la “mejor conversación” es cuando “dejo al otro callado”, cuando está “silenciado”.

Marcha 11 julio  2013 Fotografía Sergio Arévalo
Marcha 11 julio 2013 Fotografía Sergio Arévalo

Un torrente ciudadano

Se ha instalado la sensación de que la confrontación saca aplausos, conquista votos, sube el rating televisivo o de los clicks digitales, genera RTs en Twitter. Es probable que sea más que una sensación, y que sea el tubo más rápido y directo para el éxito del negocio, la candidatura o el ego. Pero como decía Krishnamurti “No es síntoma de buena salud estar perfectamente adaptado a una sociedad enferma”. Podríamos complementar al sabio indio con el viejo dicho popular “eso es pan para hoy, y hambre para mañana”.

Es imperativo conversar, generar espacios de encuentro que incluyan diferentes culturas, sectores, religiones, filosofías, géneros. A nivel nacional, la amplitud del “debate” no puede medirse y ordenarse en función del arco político, sea dentro o fuera del duopolio. La diversidad es mucho más amplia, la inclusión va mucho más allá. La sociedad civil, las universidades y academias, los medios de comunicación masivos y comunitarios deben encausar y proponer conversaciones que enriquezcan el mundo más allá de las opciones partidarias y de administración del poder.

El ejercicio de la vitalidad cultural y comunicativa, en el sentido más amplio, debiera ser potenciado y financiado por la nación, porque de la riqueza de esas conversaciones depende la riqueza del país. Esa vitalidad es el verdadero sustento de la creación, el emprendimiento colaborativo y la innovación; no los proyectos y fondos concursables, que al no contar con un entorno vital se transforman en subsidios de subsistencia y premios de consuelo.

Cerrar la conversación, bajo la amenaza de Dios o del Caos, es propio de teocracias medievales que en esta época nos condenan a todos al fracaso colectivo. Más conversación, más comunicación, más cultura del respeto, mejor convivencia son pasos necesarios para mejorar Chile, pero sobre todo serían un síntoma de su mejoría. Ese torrente de conversaciones ciudadanas debería oxigenar a un mundo político anquilosado y abrir nuevos horizontes que rompan el encierro y nos conecten con los desafíos de la humanidad del siglo XXI.

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