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Los cambios que se están produciendo en Chile, y que tanto alegran a algunos son, al mismo tiempo, motivo de profunda preocupación para otros que los perciben como una amenaza a su propia seguridad y a la estabilidad conquistada tras largos años de trabajo.

Convencidos estos últimos como están que el país se encontraba en buenas condiciones y que bastaban algunas reformas parciales, les resulta difícil entender la magnitud de las diferencias entre los que lo pasaban bien y los que apenas podían llegar a fin de mes tomando té y comiendo un pan endurecido.  La pobreza les resultaba algo ajeno, algo propio de Cuba o Venezuela.  Así por lo menos lo repitió la televisión por meses y años.  No se trata necesariamente de personas ricas, sino de personas satisfechas con las posibilidades que prometía el modelo político y económico.   Quizás estaban conscientes que no les tocaría a ellos ver la promesa de la plenitud, pero sí confiaban en que podrían disfrutarla sus hijos.

Para ellos, los que se alegran por los cambios son unos revolucionarios irresponsables que van a terminar repartiendo solamente pobreza.   Para los que demandan cambios, los que se resisten son unos egoístas inconscientes,

El problema surge cuando se impone la idea de redactar entre todos una nueva Constitución.   Las constituciones no son fetiches ni varitas mágicas que resuelvan los problemas de una sociedad determinada de forma permanente, y a veces no lo hacen siquiera de forma temporal.

Existe consenso entre los estudiosos del tema en cuanto a que la mejor analogía de la Constitución es la de la casa en la que vivimos todos.  Son los cimientos, el techo, la obra gruesa.  Con posterioridad se van poniendo puertas, ventanas, molduras hasta llegar a la decoración, pero todo ello determinado por el diseño inicial.

El desafío es precisamente que quepamos todos en la misma casa, y eso significa dar espacio tanto al que reclama por años de opresión y humillaciones como al que tiene miedo del nuevo diseño.   La Constitución define las atribuciones y limitaciones del Estado, además de establecer los derechos y deberes de los individuos.

La pregunta entonces es qué Constitución queremos, y eso pasa necesariamente por reconocernos como una comunidad en la que no sobra nadie y en la que todos merecemos el mismo respeto y debemos cumplir las mismas obligaciones, sin ideologismos que actúen como camisas de fuerza, sin prejuicios, sin imposiciones ni actos de revanchismo.

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