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Hay un grupo de personas, alrededor de mil, que todos los viernes se reúne en Plaza Italia y en otros puntos del país, aunque con menor presencia fuera de Santiago, para reclamar contra objetivos relativamente confusos, recurriendo para ello al uso de la violencia.   Dicen que tienen rabia contra el sistema, pero no tienen proposiciones ni se auto marginan del sistema porque siempre es más útil vivir en sociedad que valerse por uno mismo sin protección social.   Hay una protesta que puede ser calificada de ética, pero hay otra que es simplemente violenta, y hay que distinguir entre ambas.

En vísperas de un plebiscito para decidir la formación de una nueva Constitución, ampliamente demandado por muchos como una solución al nudo que se ha alzado como obstáculo en la convivencia nacional, se empieza a comprobar que este hito en realidad no parece formar parte de los intereses de los manifestantes.   Hay que preguntarse entonces qué más quieren, aunque una pregunta más exacta sería qué otra cosa quieren porque en apariencia no se trata de profundizar en lo que puede ser el proceso constituyente.

Hay que enfatizar que su visibilidad no guarda mayor relación con su número real ni mucho menos con la representatividad que tengan de algún segmento específico de la sociedad.    Al igual que su contraparte en la extrema derecha, han descubierto las técnicas mediáticas y tecnológicas para aparentar mayor relevancia de la que tienen efectivamente.

Es fácil pensar que se trata de personas radicalizadas e instrumentalizadas por oscuros afanes de indeterminados e inconfesables propósitos políticos que, en una primera mirada, parecieron creer que se obtendrán ventajas del caos y ahora tratan de tomar distancia, aunque de forma tardía.

Los hechos muestran que, hasta ahora, estos grupos no verán reducidas sus actividades tras el plebiscito, ni por la siguiente elección de constituyentes ni tampoco por la próxima elección de Presidente de la República o parlamentarios porque, en esencia, se han dado cuenta que se han constituido en un actor político con vida propia, aunque es factible que su propia falta de organización los haga caer en el futuro en la pasividad y su desaparición.

De todos modos, hay que considerar que sus reclamos tienen validez, para que se entienda que hay nudos que destrabar en nuestra sociedad y hacer algo al respecto, antes que la rabia se vuelva a acumular y detone en un nuevo estallido social en una fecha difícil de determinar, posiblemente con mejor organización de lo que han exhibido hasta ahora.

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