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Días atrás estuve en una celebración de cumpleaños de mi amiga Paz, candidata al Premio Nacional de Derechos Humanos, en Chile. Su fiesta convocó a cien personas, algunas de otros países. Luego de eso, se intercambiaron mensajes y cartas de agradecimientos. Lo esencial de esa comunicación fue proclamar lo importante y necesario de estar en espacios relajados y cariñosos, sintiendo la unión con otras personas con quienes compartimos ideales sociales.

Recordé un encuentro hace algún tiempo, cuando Gabriel Salinas hizo el lanzamiento de su libro A la sombra de la memoria, en la Universidad de Chile. Yo no conocía a la mayoría de las personas que asistieron y, sin embargo, recuerdo haber sentido la calidez de gentes de gran calidad humana, afables, sonrientes y cercanos. Comenté a Gabriel que estaba feliz de poder leer su libro y él, divertido, me preguntó cómo podía afirmar eso, si aún no lo conocía. Yo le contesté que sabía lo que iba a encontrar en él, luego de estar en esa reunión con sus amigos. Fue así.

Estas dos situaciones podrían ser sólo una anécdota, pero hay algo más en ellas. Cuando vivimos en una sociedad hostil, fuertemente marcada por la codicia y la falta de aprecio por las virtudes humanas, en lugar de quejarnos continuamente, podemos asumir la posibilidad de crear espacios habitables, vivir en ellos y ofrecerlos a los demás.

Creo que algo de eso ocurre con el trabajo de los artistas. Una obra de teatro con sentido convoca a la gente y la hace reconectarse con sus aspiraciones más profundas, encuentra a otros que participan de la misma búsqueda, recibe la fuerza que eleva su energía vital y todo eso se transforma en una celebración de la vida.

Otro ejemplo es sitiocero, un lugar de conversaciones donde valoramos la comunicación genuina en las relaciones humanas y a partir del diálogo entre nosotros, abrimos la reflexión a quienes visitan el sitio y comentan nuestros artículos.

No estamos solos. Lo que ha ocurrido a muchos de nosotros es habernos encerrado en nuestra individualidad, queriendo protegernos del mundo. Es decir, seguimos el camino que nos lleva a más sufrimiento. Como dice una amiga, desde la tristeza, el mundo se hace “cada vez menos vasto y más ajeno”. Lo que necesitamos es abrirnos a los demás. Cada uno de nosotros puede contribuir a generar espacios a escala humana, que se irán tocando y expandiendo. En la medida que lo hagamos, estaremos creando condiciones para recobrar en este entorno algo que es nuestro, apreciando nuestros colores y sabores. Sólo en un espacio habitable es posible respirar y potenciarnos.

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