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El estudio de la evolución de la educación en el mundo occidental nos muestra la existencia de una serie de conflictos y divergencias entre los intelectuales que han reflexionado sobre distintas alternativas para dirimir qué sería lo más adecuado o en donde convendría poner el énfasis educativo.  Algunos piensan que el sistema escolar debería poner el acento en desarrollar las habilidades o las capacidades generales de sus alumnos; otros por el contrario, creen que la valoración debería estar puesta sólo en la entrega de los conocimientos necesarios para poder actuar en el mundo.

Pareciera ser que la existencia de habilidades o aptitudes en las personas es un fenómeno que presenta una mayor durabilidad y que, por el contrario, la permanencia de “ conocimientos en bruto “ en nuestra mente, para continuar presentes, continuamente requerirían el ser provistos y alimentados. Se deduciría entonces que lo que se aprende como datos, como información pura y simple, tempranamente se olvidarían. Aunque en esto pasa algo muy curioso: cuando volvemos a alguna materia que en algún instante en el pasado hemos ingresado al cerebro, pero que se ha aparentemente olvidado, ésta aparece de forma más expedita y sin grandes esfuerzos para el ejercicio de la memoria del sujeto. Tiende uno a pensar que esos datos que estaban dormidos, al ser nuevamente llamados, vuelven con más rapidez a cobrar vida en nuestra mente.

Es más lógico pensar que el desarrollo de las habilidades no puede caminar divorciada de la adquisición de conocimientos. Por lo tanto, tal disyuntiva enunciada, a mi juicio, no existe. Las habilidades no funcionan ni se aplican en el aire ya que siempre exigen un contexto, un piso desde donde adquirirán vida. Es tal la confusión en este tema, que en el pasado hubo un intenso debate sobre la PSU y la PAA. Y como comprenderán, el tema y la preocupación que les expongo no es irrelevante.

Siempre he sido partidario de que en la educación básica debiera ponerse un mayor énfasis en el logro y adquisición de las habilidades esenciales exigibles  a todo ser humano y que estas sean aprendidas, ejercitadas y usadas sobre conocimientos elementales y básicos. En la educación media se debiera continuar con esa práctica y desarrollo de habilidades, pero ahora aplicadas sobre conocimientos más amplios, diversos y complejos. Si existiera claridad intelectual sobre lo que aquí señalo, estoy seguro que tendríamos un panorama más auspicioso y con más posibilidades reales de obtener mayores victorias académicas.

Creo  que hoy es indispensable una mayor capacitación de todos los docentes chilenos con respecto a cuál es la taxonomía de habilidades indispensables y cómo se aplican o se relacionan con los conocimientos o conceptos aprendidos en las aulas. Siento que existe un enorme vacío e ignorancia en estas materias y, no sólo en el ámbito de la educación básica y media, sino también en la universitaria, aunque se piense y se diga lo contrario.

Por último, así como es esencial la claridad mental sobre cómo se generan y se aplican las habilidades, también es primordial que todo el sistema educacional pacte sobre cuál es el “piso mínimo” de conocimientos que se estimarán como básicos de aprender en todos los niveles. Y ese marco curricular debe ser efectivamente mínimo, para que no se vea ni remotamente afectada la libertad de enseñanza. Se dirá que en la década de los noventa se produjo ese acuerdo con el decreto 220, pero mi impresión es que ese convenio no es reconocido hoy, en los hechos, por muchas instituciones educacionales. La prueba PSU desnudó el problema y por tal razón se requiere ahora, más que nunca, firmar un nuevo compromiso sobre el “qué se enseñará” como base mínima en todo el país.

Debemos profesionalizar aún más el acto y acción docente. Todo lo demás, son fuegos artificiales y frases para aparecer como inteligentes y eruditos…¿ Sirve de algo la confusión y pedantería academicista para un mundo complejo y diverso que se encuentra fuera de las universidades?…Está probado que no.

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