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Se ha producido en estos últimos días una importante discusión sobre el tipo de crisis que afecta a Chile.   Si es institucional,  si es política, si es de credibilidad, si es de educación, pero cualquiera sea el diagnóstico es claro que es producto de la carencia de personas capacitadas para reencauzar la vida en comunidad y eso se resume en el concepto de liderazgo.   En este tipo de situaciones el líder define de una vez el problema y propone las soluciones lógicas.

La falta de liderazgo en una sociedad produce un vacío que es llenado con desorden, pero también el desorden limita las posibilidades de desarrollo de los liderazgos.   Es una situación similar al antiguo desafío de resolver si fue primero el huevo o la gallina.   Ambos elementos van entrelazados entre sí, como si se tratara de una ecuación.

Dejando de lado el hecho que ya se ha resuelto que el huevo apareció antes que la gallina, existe una simbiosis entre el orden social y la habilidad de algunas personas para propender a ese orden.   Evidentemente, cuando el desorden excede cierta magnitud, se hace imposible lograr su reordenamiento porque la inercia ya se ha volcado hacia una perspectiva negativa en la que nada resulta posible.

Un nuevo reordenamiento de las cartas permite despejar el escenario y comenzar de nuevo con nuevos actores.  Una prolongación de quienes no demostraron liderazgo no renueva la situación porque las expectativas juegan un rol esencial y estas no se pueden refrescar si continúan en primer plano los mismos personajes.

Es evidente que el país ha entrado en una suerte de desorden por la falta de un liderazgo claro.  Lo mismo afectó a la anterior administración que, a pesar de contar con buenos indicadores, no logró conducir el proceso social de modo que se le renovara al mismo sector el derecho a seguir gobernando.

Se podrá argumentar que lo que se ofreció al país (y que el país aceptó libre y entusiastamente) era una nueva forma de liderazgo, más inclusivo, flexible, femenino sobre todo, pero los hechos demuestran que no sirvió en las circunstancias nacionales y mundiales.   Nuevamente se puede argumentar que el escenario cambió a partir del caso Caval, pero es que los liderazgos se prueban en las dificultades y no durante los tiempos de calma y este período de desconfianza de todo y de todos no es precisamente un tiempo de tranquilidad.

El líder debe ser inteligente, convincente, previsor y en esta época de zozobra es sencillo que la gente siga a quienes aparentan tales virtudes pero no pasan de ser demagogos.   Es responsabilidad entonces de los verdaderos líderes cumplir una responsabilidad pedagógica y desvelar a los falsos profetas.

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