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Y entre tanto y tanto, después de una entrevista que un joven, un tal Felipe de pelo lacio y ojos vivos, un tal Felipe entusiasta hasta la médula, un tal joven inquieto, deseoso de transformaciones y estrellas fulgurantes, un Felipe flaco que conocía de la historia de nuestro Chile largo y flaco como él, quería saber porqué yo con tanta pasión y desenfreno había gritado, desmelenada, frente a la salida vergonzosa de la música de las escuelas de la patria. Él junto a otros y otras levantan una plataforma audiovisual en la USACH. Desde ahí hacen visible el otro país, las otras personas chilenas que tapizan el suelo nacional, la otra información, la otra mirada, la cultura castigada, todos los otros que no salen en los medios, que no son parte, que no están invitados a sentarse a la mesa. Él, con sus ojos que brillan, preguntaba cómo hacerlo para cambiar las cosas, para llenar de historia, de música, de arte, de cultura, de espíritu solidario los colegios, la vida en general, esa vida diaria de los que aquí vivimos y transitamos a paso demasiado rápido. A veces demasiado ciego.

¿Qué decirle?

La verdad no sé exactamente, solo me habitan sensaciones, intuiciones que llegan esas mañanas de primavera en las que cantan los pájaros y florecen los espinos…

Me acordé de un texto de la novela “La hija del caníbal”. Uno de sus personajes, un viejo anarquista español ayuda a una mujer a salir de un lío sórdido de corrupción, de engaños y secuestros. En el camino ellos, la mujer y el viejo anarquista, contactan a la España de hoy, pero podría ser al Chile de hoy, el mundo de hoy, ese que pulsa por vaciarse de los sueños, las ideas, la sensibilidad, de las clases de música en los colegios, las de historia, de los bailes de las tribus africanas para atraer el agua que no cae del cielo, de la lengua mapudungun derramando poesía, de los osos que pintan los esquimales en papiros ancestrales, de las utopías que encienden el corazón, de las leyendas de los Selknam, de los astrónomos que otean ávidos el espacio sideral para conocer el origen del universo y así sucesivamente.

El viejo anarquista hace una afirmación que me conmovió y movió junto con él. “Es verdad que el mundo se muere, nuestro mundo se muere, pero mientras haya uno solo que siga creyendo en la belleza, que siga afirmando que existe, que siga viéndola, la belleza será posible.” ¡¡¡¡También creo en eso!!! Y este joven Felipe chileno lleno de entusiasmo es la imagen encarnada de eso mismo. Abrir puertas para que la belleza no se muera. Crear canales de participación de todo tipo, redes, conversaciones ciudadanas, yendo a los teatros, museos, eventos culturales dejando la lata en la casa, el tedio que nos consume, informándonos con dientes y uñas, abriendo el interés por otros mundos y personas, llevarla a los pequeños actos cotidianos cada día, invitarla a colarse por las noches en el mundo de los sueños, a navegar a toda vela en nuestras relaciones de amor, de familia, llevarla a los lugares de trabajo, en el cómo criamos a los hijos y a las hijas, así volveremos a tener música, a contar la historia de cómo fue y cómo se hizo, a restaurar los vínculos solidarios, el compromiso con el otro… en fin… a encarnar ese mundo que late luminoso adentro.

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