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Están quedando en la añoranza esos veranos de unos años atrás, en los que prácticamente los noticieros televisivos se trasmitían desde la arena de la playa y en la capital de la República  los subrogantes de la tercera fila tenían su momento de exposición ante las cámaras televisivas. Sin la algarabía y magnificencia que tienen en otros países del continente los carnavales, Chile estaba de fiestas y la gran mayoría estaba en el disfrute, ya fuera en el glamour de los exclusivos balnearios, o en  la sencillez del refrescante melón con vino de la familia esforzada. Así es, año a año, aumentan las estadísticas que nos señalan que más personas acceden al menos a unos días de descanso, que los desplazamientos por el país aumentan; lo cual finalmente es resultado de beneficios sociales obtenidos a punta de muchos sacrificios y de derechos ganados por la ciudadanía. Pero, está claro que ya no es una tregua para los temas pendientes que se vienen arrastrando por décadas.

Uno de estos es el centralismo político que, junto a la concentración económica, son de los principales problemas que impiden que seamos un país desarrollado. La peor paradoja es cómo en las épocas de las candidaturas todos los postulantes esperan mostrarse más convencidos de que es necesaria una mayor descentralización y entonces se hacen declaraciones, se firman acuerdos y después, una vez elegidos, se vuelve al inmovilismo, pues al conseguir el poder lo que interesa es conservarlo e incrementarlo, no compartirlo. Mientras tanto, se agudizan los problemas irresueltos y cada vez más tenemos dos Chile, uno, el cosmopolita, del Gran Santiago, que es parte o se acerca a la elite mundial, y, otro, que en la mejor de las consideraciones está para irse por una temporada a cumplir un servicio público (como lo expresa en forma ufana uno de los analistas de moda, Patricio Navia) en las regiones. Este mismo cientista político señalaba, en su última recalada en Temuco, que esperar que haya un ley que consagre la elección de los Intendentes en el corto plazo, es igual a esperar que el actual mandatario obtenga el 80% de apoyo. Ante un escenario institucional tan pesimista, no queda más que esperar que los conflictos regionales y locales vayan adquiriendo un mayor protagonismo.

La Región de La Araucanía se ve especialmente afectada por este aspecto, por cuanto la estructura actual del Estado no permite un reconocimiento cabal de su ciudadanía para el tercio de la población que son los mapuches. Cada día que pasa sin que se generen espacios de representación en los municipios y el gobierno regional para el pueblo mapuche, se abren las posibilidades para que aumente la influencia de los movimientos que reivindican una condición soberana de lo que fue el territorio ancestral y, por ende, para que aumenten los hechos de violencia asociados a una lectura de la historia centrada en identificar la acción del Estado chileno con la discriminación y la segregación. Se equivoca en la estrategia el actual gobierno, cuando trata de canalizar las demandas solo y exclusivamente hacia iniciativas de emprendimiento o de mejoramiento de la calidad de vida, pues estas no recogen otras aspiraciones profundas que aspiran a la reproducción de la identidad, la cosmovisión, el diálogo intercultural. Ya es hora de no seguir esperando que aumente el clima de violencia y los enfrentamientos, es necesario que la ciudadanía regional genere una propuesta constitucional que nos permita afianzar nuestra convivencia a partir de las potencialidades y no desde la oscuridad de nuestras falencias heredadas.

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