Compartir

Ha llegado la hora de un verdadero acuerdo nacional,

¿qué digo?, uno planetario,

uno de verdad

si es que “de verdad” todavía sea una conjugación posible en los ríos del desencanto.

Bajan caudales del agua en extinción (en 20 años más no la tendremos gracias a la codicia y ceguera del ser humano) por escarpados desfiladeros húmedos desde los que salen ramas de arbustos espinosos confundidos en la niebla del rocío. Caemos, no podemos agarrarnos, las espinas desgarran nuestros dedos.

Hemos dejado de creer.

La desconfianza es calaca vestida de bellos ropajes al viento, seduce, enamora con sus uñas afiladas y opaca el entendimiento más profundo: existe la bondad fundamental del universo solo que hemos cortado los hilos invisibles que nos vinculan con sabidurías hondas.

Un acuerdo, por mucho que nos cueste,

por muy difícil que sea.

¿Cómo podemos continuar asistiendo a quemas de personas, ojos mudos frente a la humanidad ajena a la que se explota, usurpa, la desconexión de el humano que camina conmigo mi pedazo de la historia, la arbitrariedad hecha práctica cotidiana, la injusticia institucionalizada, la persecución frenética de las cosas muertas, la depredación diaria y sistemática de la tierra, el abuso a los niños y niñas del planeta, animales, pájaros del paraíso, especies, devastadas?

¿Cómo, cómo?

Necesitamos un acuerdo que emerja desde las fibras delicadas, esas maceradas por tardes quietas en las que danzan árboles ancestrales plenos de secretos atesorados desde el principio de los tiempos.

Dice el añoso con corteza gruesa y olorosa: “Muchos mundos han sido tragados por los días desmigajándose uno tras otro, era tras era, modelando la vida en movimiento sobre la tierra. Tanto y tantos fueron necesarios para el risco, la quebrada azul, las cúpulas de Petrogrado, los pétalos de la rosa matutina, los lagos helados de Noruega, las cuevas de Saturno en Cuba, la osa polar que vaga en busca de un territorio posible para su parto inminente, la araucaria y mi hermana mapuche con su cesta de piñones, tus zapatos debajo de mi cama, su mano deslizándose entre las piernas de ella en busca de esa niña que fui yo.

Un acuerdo que sea parido desde las palabras sagradas que se susurran noches de cometas viajando por el cielo dejando su estela de fuego que abre esos espacios del cerebro donde los milagros son posibles.

(Queremos milagros colectivos y el aleteo de pájaros y luciérnagas que nos permitan seguir el camino desde el torrente de la luz,

el lazo humano,

la dulzura,

la diversidad

y el respeto irrestricto a que existas en tu asombrosa identidad.)

Ya no hay cómo pedir perdón frente a tanta negación de la vida.

La herida es un cráter interminable donde el magma bulle, oro, naranja, rojo, a punto de explotar e inundar nuestras tierras. Quedarán yertas.

Mi bandera, mi militancia, mi sentido, mi razón, es el vínculo, la necesidad de verse y de conocer el fondo del alma de ese otro y esa otra que camina y en ese sumergirse, conocer la propia. Es poner mi corazón frente al tuyo, asomarme al abismo de tu ser porque ahí, en lo hondo, hay claves que preciso para ser quien soy en complitud. Es ese NOSOTROS que todo lo incluye y abraza la diversidad como la única manera sustentable de ser comunidad humana. Sin comunidad caminamos descalzos y heridos hacia una muerte segura.

Clamo, clamamos por un acuerdo-agua cristalina que nos salve.

Estoy intentándolo en las tierras de adentro.

Para empezar por algo…

Digo yo…

 

Celebrando la Diversidad 

header
Montaje de Aracataca Creaciones.
Dramaturgia y dirección de Malucha Pinto
Tributo a Andrés Pérez.

Del 3 al 20 de octubre en la explanada del Museo de la Memoria, Matucana, funciones de jueves a domingo a las 21:00 horas.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *